Especial: Del amor al odio solo hay un gramo

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10 de marzo, 2014 - 1:03 pm
Redacción Diario Qué Pasa

Una enfermera marabina desde hace más de dos años permanece recluida en el Centro Penitenciario de Oriente, tras haber sido engañada por su pareja, quien metió droga en sus maletas.

Nada queda de aquella joven enfermera sin malicia que alguna vez fue Elibeth Villalobos. Confiada de las palabras de un hombre y de sus buenas intenciones, entregó su amor y muy a su pesar, también su libertad. Esta mujer de 31 años aguarda por el juicio donde pueda demostrar su inocencia.

¿Cómo se conocieron?

«Unas amigas me lo presentaron, inmediatamente tuvimos química, no podía sospechar de él, era geólogo y aparentemente de buenas costumbres», dijo con un dejo de nostalgia mientras lavaba los platos dentro de las cuatro paredes que la han albergado desde hace dos años en el Centro Penitenciario de Oriente, en el estado Monagas.

Continuó relatando que durante cuatro meses, el hombre llamado Kerlyn Rojas,  demostró su interés por ella, «me buscaba todos los días al trabajo», recuerda. Le insistió en reiteradas ocasiones en hacer un viaje para consolidar su relación, mientras estaba en la etapa de conquista. «Me decía para irnos de viaje, que lo hacía por placer, estaba aburrido y que si íbamos dos el paquete le saldría más barato».

Elibeth no dudó en decirle que sí, apenas tomó unos días libres en el hospital. De manera inesperada Rojas adelantó el viaje, la llamó con premura para que se fueran al día siguiente.

El 6 de junio de 2012, lo que sería una luna de miel, se convirtió en la peor pesadilla para Elibeth.

Tres aeropuertos sin problemas

Antes de partir, Kerlyn le ofreció una de las valijas para llevar su ropa: «Yo metí parte de mis cosas en ambas maletas, ni por la cabeza me pasaba lo que estaba haciendo», narró, mientras de fondo se escuchaban ladrar los perros que tienen de mascota en el recinto.

El equipaje tenía doble fondo y la actitud serena del sujeto no activó la suspicacia de la muchacha. La primera prueba de fuego fue el Aeropuerto Internacional La Chinita, donde pasaron sin inconvenientes; asimismo en la terminal aérea Simón Bolívar (Maiquetía), y por último, el Manuel Carlos Piar de Puerto Ordaz, estado Bolívar, desde donde comenzaría el tan esperado tour.

Ella continuó relatando: «Después de allí iríamos a un campamento llamado Yaco, en la frontera con Brasil, tomamos un autobús que nos llevaría hasta allá, pero se accidentó en el camino. Pasaron dos horas y ahí pude ver su nerviosismo, no entendía por qué, no quería bajarse y tomar el equipaje, ya antes me había advertido que se quedaría para hacer trabajos en la tierra de ese lugar, y yo tendría que regresarme sola».

La aprehensión

La profesión del individuo resultó la excusa perfecta para que Elibeth no refutara ante lo que éste le decía. Cuando por fin logró convencerlo de bajar e irse en otro medio de transporte hasta el campamento, dijo: «Nos montamos en un taxi junto a otro hombre que iba de pasajero en el bus, era catire recuerdo y alto, irlandés, creo. Rodamos como una hora y en la alcabala en San Ignacio, Santa Elena de Uairén, cuatro guardias nacionales nos mandaron a bajar del carro. Preguntaron quiénes eran los dueños de las maletas y yo respondí que nosotros, porque desconocía lo que tenían, él estaba como si nada, no hablaba, no respiraba, no parpadeaba».

Suspiró antes de seguir con la historia, con un tono que connotaba su poca malicia para ese momento, «sacaron un polvo blanco de adentro, yo volteé a verlo, y me quitaba la mirada, como si no me conociera, se volvió mudo». Repartidas en ambas maletas hallaron 5 kilos 160 gramos de cocaína pura.

Desde ese momento se convirtió en un total desconocido, el hombre que había conocido y de quien se había enamorado, desapareció para siempre. De inmediato fueron trasladados hasta un comando de Santa Elena, donde pasó su primera noche durmiendo en el suelo de una celda, sola y llorando sin cesar.

El comienzo de una pesadilla

Su familia en Maracaibo no supo de ella, sino 24 horas después de la detención, cuando pudo llamar a su madre y a sus hermanos.

Fue el 11 de junio del 2012 que ingresó al Centro Penitenciario de Oriente, donde miles de rumores y advertencias la indujeron en un miedo perenne antes de entrar. «Te violarán cuando entres», fue una de las frases escalofriantes que escuchó decir de un efectivo castrense.

Solo las palabras de una funcionaria que tomó sus declaraciones lograron sosegar un poco su temor de Elibeth, «allá adentro no te va a pasar nada, yo sé que eres inocente, tengo una hermana ahí, seguro te defiende», le expresó la uniformada.

Llegó el momento y cientos de miradas se posaron sobre ella, contó: «Llegué y a pesar de todo lo que había escuchado, traté de mantener la calma. Al principio fue duro, solo lloraba. Esto es como una residencia, perros, gatos, gallinas. Yo duermo en algo que llamamos «buggie», que comparto con otra señora, que también está por droga, como la mayoría aquí. Si bajo la tela, estoy sola… y si la subo, acompañada», describió asomando lo que se escuchó como una risa a medias.

Ya más relajada y con la esperanza de salir, narró que dentro del recinto hacen grupos de diez mujeres para hacer la limpieza y la comida. «Yo prefiero limpiar, porque eso de cocinar no se me da», confesó, esta vez con una risa de picardía por varios segundos.

El canto, Dios y la celda

Dos años y poco más de ocho meses han pasado desde que Elibeth está en un estado, una cárcel y un entorno al que no pertenece, sin embargo, lo que aún conserva de aquella muchacha creyente de Dios, es su fe y su afición por cantar, lo que le ha merecido dos primeros lugares en los Festivales Interpenitenciarios de la Voz, realizados en Margarita y Caracas.

«Me escucharon una vez en la celda y me dijeron si quería participar en el festival. Después de ganar aquí, fui a los otros y también gané. Me he ganado el cariño de muchas, a veces vienen hermanos a predicar y asisto. Gracias a mi profesión también ayudo a curar a los que se enferman», reveló, pues además tiene una especialización en banco de sangre.

Una familia, mil sacrificios

Una sola vez ha sido visitada por su madre desde que ingresó al recinto carcelario, los sacrificios económicos tanto de su progenitora como de sus hermanos, son invaluables.

«Mi mamá tiene dos trabajos, mi hermano menor se vino a vivir para acá, dejando todo botado para apoyarme. Vive arrimado con unos compañeros de la iglesia y trabaja en un restaurante, dice que si no es conmigo no se irá», continuó esta vez con un nudo en la garganta. «Los miércoles siempre viene, me trae galletas, cereal, mis cosas de uso personal».

Dos cartas ha hecho llegar a manos de la ministra para los Servicios Penitenciarios, Iris Varela, contando su historia. Más de 40 mil bolívares en abogados y 32 meses tras las rejas son las cuentas que llevan Elibeth y su familia, quienes confían en que pronto se haga justicia, pues hasta ahora su condición es de procesada, sin un juicio donde demostrar su inocencia.

El culpable de su desgracia, Kerlyn Rojas, fue condenado a diez años de prisión y permanece recluido en la cárcel de Vista Hermosa, en la ciudad de Puerto Ordaz. Comenta que éste asumió los hechos, pero eso no fue suficiente para acelerar su libertad.

El caso permanece en manos del juez doctor Ricardo Ferreti y la fiscal Homaira Calderón, quienes de manera aparente se han quedado en el letargo sin hacer nada por la enfermera. El expediente FP-12-P-2012-1585 no ha visto la luz desde hace algún tiempo.

«Así como me condenó, Kerlyn era el único que podía salvarme», reflexionó antes de despedirse. Al mismo tiempo aconsejó a las jóvenes «que escarmienten con mi caso, que tengan malicia, mucho cuidado de quién se enamoran, con unos gramitos ya pueden acabar con su vida», fueron sus últimas palabras antes de despedirse.

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Fue aprehendida por efectivos de la GNB en una alcabala de Santa Helena de Uairén, Bolívar.

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5 kilos 160 gramos de cocaína pura hallaron los efectivos castrenses en las maletas que le prestó su novio.

Fotos: Referenciales

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