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Crisis en Ucrania ¿De quién es la culpa?

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28 de diciembre, 2021 - 12:20 pm
Redacción Qué Pasa / [email protected]

Básicamente, toda la armada Ucrania vale menos que  un par corbetas misilísticas, suficientes para acabar con las fuerzas ucranias cerca de Odessa y luego darle a Kiev, especialmente a su gobierno central, una muestra de lo que son las armas modernas.

CONTRAINFORMACIÓN

Ucrania y Rusia pudieran estar al borde de la guerra con terribles consecuencias para Eurasia. Basta recordar que, el 24 de marzo, el presidente ucranio V. Zelensky, firmó una «declaración de guerra» contra Rusia, mediante el decreto Nº 117/2021, en el que se establece que recuperar Crimea (de Rusia) es ahora la política oficial de Kiev.

Este decreto, del actor de TV convertido en presidente, es la prueba cierta de que cualquier guerra será provocada por Kiev, desacreditando las afirmaciones occidentales de una «agresión rusa», repetida «ad infinitum», por los medios.

Después del decreto, una gran cantidad de tanques ucranianos se enviaron al Este. El ejército ucranio ha sido colmado con equipo militar de EE. UU., que incluye drones, sistemas de guerra electrónica, sistemas antitanques, sistemas de defensa antiaérea, transporte blindado, etc.

En consecuencia, Moscú se ha tomado muy en serio la declaración de guerra, y ha desplegado fuerzas adicionales en Crimea y en la frontera rusa con el Donbass, que incluyen la «76 º Brigada de Asalto Aérea», que, según informes de inteligencia –manejados por los medios– es capaz de tomar Ucrania en sólo seis horas.

Además, echándole gasolina al fuego, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin (salido de la fábrica de misiles Raytheon), prometió «el apoyo inquebrantable de su país a la soberanía de Ucrania». En esta narrativa equivocada se han embarcado Biden y su partido.

Así, Moscú interpreta que Zelensky nunca hubiera firmado su decreto de guerra sin la «luz verde de Washington».

Todos estos desarrollos cruciales son y seguirán siendo invisibles para la opinión pública mundial porque la narrativa predominante es controlada por la hegemonía de EE. UU. Llegado el momento el «team Estado Profundo/OTAN» está preparado para acusar por todos los medios –durante 24 horas y 7 días de la semana- de  «agresión rusa» lo que suceda en la región. Incluso si Ucrania lanzara una guerra relámpago contra las R.P. de Lugansk y Donetsk. (Hacerlo contra Sebastopol en Crimea sería un suicidio masivo certificado).

En EE. UU., sólo el republicano Ron Paul ha sido una de las pocas voces en afirmar lo obvio: «Según el complejo militar-industrial, los medios corporativos y los congresistas de ambos partidos, el movimiento de tropas rusas no es la respuesta a la amenaza del vecino, sino otra agresión rusa». Lo que sí está implícito es que Washington y Bruselas no tienen un plan táctico claro (mucho menos estratégico): sólo les basta controlar la narrativa, es decir la propaganda, alimentando una rusofobia rabiosa.

En Moscú, Rostislav Ischenko, analista ruso especialista en Ucrania, argumenta al respecto  «la situación diplomática, militar, política, financiera y económica en general requiere que Kiev intensifique las operaciones de combate en Donbass. A los estadounidenses no les importa un bledo si Ucrania pudiera resistir algún tiempo o volar en pedazos en un instante. Washington cree que puede ganar con cualquiera de los resultados. De allí las declaraciones de Austin y Blinken».

Ucrania 1

No obstante, según todos los analistas, aplastar el sistema de comando y control ucraniano –para Rusia- es cuestión de pocas horas, ya sea en la frontera o en el ámbito operativo y estratégico de profundidad más allá de Kiev.

Básicamente, toda la armada ucraniana vale menos que una salva de los 3M54 o los 3M14, Kalibr. Un par de «Tarantuls» (corbetas misilísticas) –sostienen los analistas– será suficiente para acabar con las fuerzas ucranias cerca de Odessa y luego darle a Kiev, especialmente a su gobierno central, una muestra de lo que son las armas modernas.

La cuestión clave, que no se puede enfatizar lo suficiente, es que Rusia no invadirá Ucrania. Porque no lo necesita y no lo quiere.

Lo que Moscú hará con seguridad es apoyar a las R.P. de Novorossiya (Nueva Rusia) con equipos, inteligencia, guerra electrónica, control del espacio aéreo y fuerzas especiales. Incluso una zona de exclusión aérea no será necesaria; además, el «mensaje» será claro: “«si un avión de combate de la OTAN aparece cerca de la línea del frente, será derribado sumariamente».

Y esto último conduce a un secreto a voces: «los títeres de la OTAN no tienen los cojones para entrar en una guerra abierta con Rusia”».

Una cosa es que los medios amplifiquen lo que dicen fanfarrones como Polonia, Rumania, la banda del Báltico y Ucrania, repitiendo el guión preestablecido de la «agresión rusa», y otra enfrentarse a un poder real de destrucción, como el ruso.

A esto, hay que agregarle la historia reciente: la OTAN se estremeció cuando tuvo que luchar contra los serbios a fines de la década de 1990; fue vapuleada en Afganistán; y en la década de 2010, no se atrevió a luchar contra las fuerzas de Damasco y el Eje de la Resistencia. Así de sencillo. En la medida que el imperio se derrumba, la narrativa ya está grabada en piedra: todo es culpa de la «agresión rusa».

Una encuesta reciente del «Centro Levada» de Moscú, registrado como agente extranjero por el Ministerio de Justicia ruso, por su financiación extranjera, revela a quiénes culpan los rusos por la escalada. Un colosal 50% cree que la OTAN es responsable, mientras que solo el 16% culpa a Ucrania y el 3% señala con el dedo a la región de Donbass, desolada por la guerra. Un último 4% cree que Rusia es la culpable. En pocas palabras, los rusos consideran que el conflicto con Ucrania es una guerra de la OTAN.

¿Por qué solo uno de cada seis rusos culpa a Kiev, dada la frecuencia con la que los medios describen esto como una batalla entre los dos países? La posición parece coherente con el hecho de que Moscú ha declarado que negociar con Ucrania tiene poco sentido ya que su liderazgo está bajo el control total de Washington.

Por otro lado, una encuesta realizada en Ucrania sobre el mismo tema, revela que el 65% de los ciudadanos cree que su país está bajo control extranjero, y en las regiones del este y sur ucranio, más críticas para la OTAN, esta cifra se ubica en el 75 y el 71%. Estos números no deberían sorprender a nadie.

Las relaciones Rusia-Occidente han llegado a un punto crítico. La expansión de la OTAN, que Putin mencionó nuevamente en un discurso reciente, es un tema bien conocido. Lo que no se refiere es que éste también es un gran problema para el bloque atlántico. Porque, cuando se tomaron decisiones en la década de 1990, no se consideró que la expansión era una extensión de «garantías de seguridad» para un gran número de nuevos países. Se suponía que Rusia se integraría de alguna manera en el orden general o simplemente no representaría una amenaza durante muchísimo tiempo. Esto no se materializó, en parte por la preservación de la OTAN y por el hecho de que la recuperación rusa se produjo más rápido de lo esperado. Así, las instituciones decorativas que coordinaban la cooperación entre Rusia y la alianza se derrumbaron. Ahora se repite lo que no pretendía Occidente, y la OTAN debe rendir cuentas de sus promesas. Porque la amenaza más desfavorable para EU podría surgir en el ciberespacio, que podría salirse de control, a pesar del diálogo en curso sobre ciberseguridad.

El descubrimiento de una masiva penetración rusa en cualquier elemento del ciberespacio de la infraestructura crítica estadounidense podría crear una presión abrumadora sobre J.Biden para que EU responda de manera agresiva. Sin duda lo mismo sería cierto para el Kremlin, incluso si no se hiciera pública la intrusión. La moderación en el ciberespacio es esencial para la estabilización de cualquier relación, y quizás es muy difícil de lograrla dada la casi total ausencia de confianza entre Moscú y Washington. Desafortunadamente, un fuerte deterioro en las relaciones nunca está a más de uno o dos pasos de distancia de la conflagración.

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