Por estas calles la compasión ya no aparece, muchas son las necesidades que tiene la Fuerza Indígena, al norte de la capital zuliana
Foto: Haroldo Gutiérrez
Maracaibo — El problema de las comunidades en Maracaibo no deja de sorprender y tocar el corazón de cualquier ser humano, la comunidad Fuerza Indígena I, ubicada en la parroquia Juana de Ávila, al norte de la ciudad, hoy se encuentra olvidada y más marginada que ayer.
El equipo reporteril de este rotativo visitó la comunidad mencionada y pudo evidenciar en las paupérrimas condiciones que viven sus habitantes, en su mayoría familias de escasos recursos económicos.
La entrada de la barriada parece un relleno sanitario, los vecinos aseguraron que el aseo urbano tiene más de un año que no pasa por la zona, no cuentan con la red de cloacas, el servicio de energía eléctrica es deficiente, sus calles carecen de asfalto y la mayoría de sus casas siguen siendo de zinc.
Zoraida González, quien reside en la barriada desde hace 12 años, aprovechó la presencia de QUÉ PASA en el lugar para hacer un llamado al gobernador del estado, a la alcaldesa de Maracaibo y a todos los entes incluyendo la Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV) a que se aboquen al lugar y puedan solventar todas las necesidades que tiene la Fuerza Indígena I, incluyendo una vivienda digna para todos.
Conmovedor
En nuestra visita por el sector pudimos conocer la historia de la señora Carmen de Suárez, una abuela de 75 años, quien vive en un ranchito de zinc, el mismo no cuenta con techo y está a cargo de siete niños que son sus nietos, éstos en edades comprendidas de 12 a 5 años, el más pequeño, y su esposo el señor Suárez, quien tiene discapacidad visual desde hace dos años, la abuela contó a QUÉ PASA que no cuenta con ayuda del Gobierno y que lamentablemente para alimentar a sus nietos tiene que rebuscar entre la basura.
La abuela aseguró que está cansada de buscar ayuda por la Gobernación o por la Alcaldía de Maracaibo, pero que sus intentos han sido fallidos, con lágrimas en sus ojos contó que pese a que las puertas están cerradas no pierde la fe. «Yo tengo 75 años, pero no me da miedo trabajar con tal y mis muchachitos estén bien, esta situación no es vida ni para ellos ni para nosotros», indicó.
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