Recientemente fue galardonada en el Festival de Cine Venezolano con el premio a mejor música para película de ficción

Kaporito, el primer largometraje animado hecho en Venezuela sobre el único oso autóctono de Suramérica

Kaporito
17 de agosto, 2021 - 11:09 am
Agencias

Kaporito el primer largometraje musical animado hecho en Venezuela

 

Kaporito, el guardián de la montaña, se ha convertido en una obra cinematográfica pionera, al ser el primer largometraje musical animado hecho en Venezuela, que aborda —como tema central— la preservación del único úrsido autóctono de Suramérica, el oso Frontino.

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La película, que recientemente fue galardonada en el Festival de Cine Venezolano con el premio a mejor música para película de ficción, relata las aventuras protagonizadas por «Kaporito», el oso frontino; Caribay, una niña indígena; y varios amigos que viven en el estado Mérida, una región montañosa ubicada en los andes venezolanos.

Desde pequeño, Kaporito y su familia sufren la persecución de los cazadores furtivos que terminan dejándolo huérfano. Luego, en un asentamiento campesino, el pequeño frontino recibe la ayuda de los residentes y de su amiga Caribay, quienes transforman a este inofensivo animal —en peligro de extinción— en el principal guardián de la montaña.

La historia, que tiene como sus principales creadores a la directora Viveca Baiz y al productor Donald Myerston, una pareja con una amplia trayectoria cinematográfica, también destaca la importancia del trabajo de la comunidad para lograr que las autoridades decreten como Parque Nacional a la zona habitable del oso Frontino, un hecho que en Venezuela se acaba de convertir en realidad.

«La idea que motiva la realización de la historia de nuestra película es la preservación de la vida del oso Frontino», explica Baiz, donde resalta que Kaporito es una obra musical de 80 minutos con un fondo educativo dirigido principalmente a los niños.

Por su parte, Myerston comenta a RT que Kaporito muestra «los ataques de la sociedad humana, sobretodo la capitalista, para expoliar al máximo la naturaleza, un modelo que ha forjado una manera cruel de destruir por el simple afán del lucro. Kaporito señala esa depredación absurda con hechos contundentes».

Un musical con identidad venezolana

Aunque el nombre científico del frontino es «Tremarctos ornatus», esta especie también es conocida como «Jukumari», «El salvaje», «oso de anteojos», «andino» o «suramericano». Myerston resalta que, en el caso de «Kaporito», se buscó «una aproximación fonética que sintetizara los diferentes apelativos que recibe el oso entre indígenas y campesinos».

Por otro lado, resalta Baiz, la producción —en la que trabajaron unas 80 personas durante 10 años— también aspira mostrar la venezolanidad.

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«Es una película con identidad venezolana, que trabajamos en función para que cuando oigamos su música y veamos sus paisajes reconozcamos a Venezuela», expresó la directora, que desde la década de los 90 entró al cine de animación y estrenó su ópera prima con el cortometraje «La Equilibrista», en 1994.

Baiz destaca que el rodaje cuenta con siete canciones originales que describen las distintas situaciones que vive Kaporito y que son interpretadas por Melissa Griffiths, una cantante de reconocida como «La Reina del Rock» en la década de los 80. La música fue dirigida por Alejandro Blanco Uribe y la dirección de sonido quedó en manos de Alan González.

A nivel estético, explica su creadora, la película apostó por una propuesta plástica que combina la animación 3D con la 2D, que se puede percibir en las ilustraciones de los paisajes y texturizados de personajes que parecieran dibujados a crayón.

Hacer cine de animación en Venezuela

Donald cuenta que tipo de producción es «bastante más difícil que en otros países» donde hay una industria cinematográfica desarrollada, ya que en Venezuela no existen escuelas de animación y el género hasta ahora no «tiene una importancia decisiva».

«En los pocos lugares donde se enseñan técnicas de animación, no cuentan con un apoyo económico», cuenta el realizador, quien asevera que estas características convierten al género en «una actividad marginal, que no tiene un estímulo preferencial por los organismos del Estado que financian el hacer cine en el país».

 

Para cambiar esto, considera que «es muy necesario» concretar reformas que mejoren la legislación cinematográfica vigente, y que en ella «se contemple al cine hecho para niños y adolescentes o al creado por ellos mismos, como una categoría en sí misma, tan valiosa como el documental y el cine de ficción».

Por su parte, Viveca explica que quienes se atreven con el género deben tomar en cuenta el riesgo que asumen, porque hay que «tener la paciencia para poder soportar el tiempo que se necesita para poder hacer animación».

Además, dice, este tipo de cine no se realiza de la misma manera que el convencional. Por ejemplo, los personajes deben ser creados desde cero, buscarle identidad, voz, gestos.

En Kaporito crearon 103 personajes dibujados a mano y luego digitalizados, así como 1.323 fondos para las locaciones.

La película en total incluye 115.200 fotogramas, a una medida de un fotograma por segundo, donde cada segundo contiene 24 fotografías de 12 dibujos originales.

Baiz indica que, para animar, la preproducción es lo más importante porque es «como un chef que tiene que tener todo sobre la mesa para poder comenzar a cocinar. Es la etapa más difícil, larga y engorrosa del rodaje».

Otra parte prioritaria es la banda de sonido. «En el cine convencional se puede hacer al final pero en animación es primordial, pues mientras más enriquecida esté, mejor será para la producción y para los animadores, quienes necesitan todas las referencias sonoras posibles: voces, ruidos, ambiente».

«O inventamos o erramos»

Para que Kaporito cobrara vida, sus realizadores también tuvieron que enfrentar las adversidades surgidas en Venezuela durante la última década: el fenómeno hiperinflacionario, la migración de masiva de talento profesional, la imposición de sanciones económicas contra el país, entre otras dificultades que a diario sortean los venezolanos a causa de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por EE.UU. y la Unión Europea.

«Fue muy difícil», sentencia Myerston, sobre el constante cambio de personal. «Muchos de ellos fueron migrando hacia otros oficios, otros proyectos u otros países». Sin embargo, resalta que en el cine se debe hacer como decía Simón Rodríguez, el legendario maestro de Simón Bolívar: «O inventamos o erramos».

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Donald Myerston y Viveca Baiz, creadores de Kaporito

«Mientras haya un país dispuesto a salir adelante, encontraremos la manera», señala Myerston, y destaca que siempre estuvieron atentos para no quedarse de manos atadas antes las «terribles condiciones» que enfrenta el país, su gente y su economía.

«Con el tema de la inflación salvaje que ha atacado a la economía venezolana, es difícil precisar cuánto ha costado Kaporito», dice Myerston, quien resalta que para realizar el largometraje no pudieron contar con inversión privada a pesar que la buscaron, sino con aportes propios y el apoyo financiero del Estado provenientes del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), la Fundación Villa del Cine, el Programa Ibermedia, el Banco Central de Venezuela (BCV) y la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel).

«Hacer cine en Venezuela es posible y Kaporito es una muestra contundente. El apoyo de los organismos venezolanos es real y funciona. Los funcionarios de esas instituciones son sensibles a las necesidades y a las limitaciones provocadas por la inflación, están haciendo un esfuerzo en un contexto de economía atacada desde el exterior», añade Donald.

La preparación del filme, agregan, significó un largo proceso de realización personal y de aprendizaje continuo. «Estamos exhaustos, pero estamos felices. Lo que sí te podemos decir es que nuestra salud se resintió, sobretodo por el enorme estrés al que fuimos sometidos. La otra gran satisfacción es la cantidad de jóvenes que se desarrollaron como profesionales en el proceso».

«Un film escuela»

Viveca y Donald consideran que Kaporito ha sido «un film escuela» porque aprendieron del proceso, ampliaron sus técnicas y conocimientos, y compartieron con profesionales de distintas ramas, que tuvieron en la película su primera experiencia en animación y en cine. «Además de cineastas, somos educadores», dicen.

Por ejemplo, dice Donald, en varias oportunidades tuvieron que ajustarse a los cambios de personal. Tras la salida del equipo inicial, entró un grupo de 9 especialistas cubanos de la empresa Anima y de los Estudios de Animación del ICAIC de La Habana.

 

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