Morir dignamente

12 de julio, 2015 - 4:46 pm
Redacción Diario Qué Pasa

La noticia «trending» de la pasada semana, fue la legalización en Colombia de la eutanasia y su inmediata aplicación a un paciente desahuciado. Se trató de autorizarle al enfermo terminal la utilización de sustancias que pusieron fin a su atroz sufrimiento víctima de un cáncer terminal.

El tema ha levantado una vez más torrentes de opiniones, algunas a favor y otras en contra de la eutanasia. Esta palabra significa «muerte dulce y digna», liberando al enfermo terminal desahuciado por la ciencia, del dolor y la larga agonía. Esta tesis defiende el derecho que cada persona tiene de morir con dignidad cuando su caso es ya incurable. Se le acorta la vida al paciente que se pasó la «raya amarilla» de la vida, sin tener chance alguno de curarse.

Frente a esta tesis de la muerte dulce y apacible, libre de angustias y largas agonías, se erige la otra visión sobre el tema, la que preceptúan los textos religiosos, muy especialmente, los del cristianismo. Para los últimos, la vida es de Dios y es Él quien la debe quitar, no el hombre mismo ni la ciencia. Estamos de acuerdo con ese postulado y en lo personal quien esto escribe así lo ha venido reiterando en múltiples artículos y escritos, muy especialmente, en la obra Detrás del Velo de la Muerte (Urania Editores).

Sin embargo, hay que hacer una clara distinción entre suicidio y eutanasia: Son dos cosas totalmente distintas. Suicidarse es quitarse la vida por alguna decepción, enfermedad incurable, despecho, abandono, divorcio, muerte de la pareja, soledad existencial. Hacerlo es en sí un grave atentado contra la Ley Divina de vida, puesto que todas las vicisitudes de la existencia terrenal las trae el alma como pruebas para su crecimiento espiritual da la actual existencia. Sustraerse a esos compromisos asumidos a través del suicidio, es algo muy serio que le acarrea al alma del fallecido dolorosas consecuencias luego de la muerte. En cambio la eutanasia es una afirmación del derecho que tiene la persona de morir dignamente, tal como lo aseveran los textos Sagrados Tibetanos y del Antiguo Egipto. Explican estos textos que, tal como existe una clave para el bien vivir, también se aplican unas reglas para el bien morir, es decir, para morir dignamente. Esto, a nuestro modo de ver y después de muchos años de estudiar en profundidad el fenómeno de la muerte, nos parece justo y lógico.

Pensamos que Dios no quiere para el alma y cuerpo que la tiene embutida, atroces dolores y grandes sufrimientos agónicos, que no los atenúan ni siquiera las drogas como la morfina. En ninguna parte de los Textos Sagrados está escrito que Dios quiere que el moribundo sufra indeciblemente a la hora de entregar su alma. Tampoco aparece en ninguna parte o estrofa alguna en la que Dios así lo diga, puesto que Él es amor ilimitado. Creemos que está llegando la hora de asumir más responsabilidad moral sobre este tema que atañe directamente al sentimiento de la compasión, que es muy propio del budismo.

Se deberán establecer reglas, claro está, para la aplicación de la eutanasia en casos de enfermedades terminales, tales como por ejemplo, la presencia de tres testigos como mínimo que no tengan interés personal ni económico alguno, en que el paciente terminal fallezca, entre otras cosas.

Sobre la eutanasia se seguirá hablando mucho a partir de ahora.

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