La realidad de nuestros tiempos

11 de enero, 2015 - 1:36 pm
Redacción Diario Qué Pasa

La realidad de nuestros tiempos es la de la subyugación total a los antivalores. Cada nación enarbola su propia bandera de antivalores de variotinto color y pelaje, defendiendo, sosteniendo o apoyando supuestas glorias y conquistas imperiales de un pasado que esclaviza y ata.

La realidad de nuestros tiempos es la del chapuceo a nivel de la crasa inmoralidad y la indecencia y por ello hay tanta miseria y pobreza, sufrimiento y pésima calidad de vida, abuso de poder, impotencia, crímenes e impunidad. Y lo más grave no es tanto el delito en sí, como la ceguera del que lo comete y el cinismo absoluto que despliega al no reconocer que está obrando mal. En sí, todo un mundo de caradurísmo, indiferencia y de ansias de poder y riqueza.

El tema de la semana trata sobre un pensamiento de uno de los escritores más insignes que ha conocido la humanidad, el libanés por excelencia, el inmortal de las letras: Gibrán Khalil Gibrán, fallecido en Nueva York en 1933. Gibrán fue el autor de uno de los libros más bellos jamás escritos, el cual ha sido traducido a más de 70 idiomas.

Nos referimos a El Profeta, cuyo capítulo sobre los niños se constituyó en el «leitmotiv» (motivo central o asunto que se repite) del movimiento hippie en Norteamérica en la década de los años sesenta. Gibrán, en relación a la triste realidad en que viven las naciones del mundo, escribió hace noventa años lo siguiente:

«Conmiserate de la nación que este llena de creencias y vacía de religión / Conmiserate de la nación que al bravucón aclame como héroe, y que juzgue generoso al esplendente conquistador / Conmiserate de la nación que ostente un lienzo que ella no teje, que tome el pan que no cosecha, y que beba el vino que no mana de su propia prensa en el viñedo / Conmiserate de la nación que desprecie una pasión en sus sueños, pero que al despertar se subyugue a ella / Conmiserate de la nación que no alce su voz sino al caminar en un entierro, que no pasa gallarda si no es entre sus ruinas, y que no se rebele sino hasta que sienta su cuello entre la espada y la pared / Conmiserate de la nación cuyo gobernante sea un zorro, cuyo filósofo sea malabarista y cuyo arte sea el arte de imitar y de parchar / Conmiserate de la nación que salude a su nuevo jefe con acordes de clarín y le despide con siseos y trompetillas, solo para de nuevo aclamar al que le sucede / Conmiserate de la nación cuyos sabios se hayan vuelto sordos con los años y cuyos hombres fuertes están aún en las cunas / Conmiserate de la nación que este dividida en fragmentos que se creen cada uno una nación».

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