El joven, quien era frutero, amaneció con seis disparos en su humanidad

La muerte lo sorprendió al salir de una fiesta en Mara

16A
6 de febrero, 2017 - 7:35 am
Wilson Alvarado / [email protected]

La víctima fue hallada por los moradores de la zona, quienes alarmados notificaron el hecho de sangre a Gabriela González, madre del infortunado

Foto: Wilson Alvarado

Mara — A simple vista parecía no haber muerte, pues el cadáver de Ricardo Javier González Romero, de 18 años de edad, estaba acostado y arropado dentro de un chinchorro, del cual destilaban gotas de sangre que provenían de los agujeros que tenía su cuerpo, producto de los seis disparos que le segaron la vida al joven de manera voraz.

González, quien se desempeñaba como vendedor de frutas en el sector Belloso de Maracaibo, fue asesinado ayer en horas de la madrugada en la calle Camaruco del sector El Caimito, parroquia Ricaurte, del municipio Mara.

Sin pensar que sería su última parranda, González luego de una tarde agotadora por su faena en las calles convulsionadas de la ciudad, llegó a las 8:00 de la noche del sábado a casa de su abuela con la ilusión de pasar una noche entre tragos, amistades y bailes. Allí, se vistió con un pantalón azul y una camisa negra para ir a cumplir su deseo en el barrio 21 donde se desarrolló el festejo.

Su emotividad la cumplió, pero terminó ensangrentada, cuando le faltaban escasas cuadras para llegar a la casa de su progenitora y la muerte lo sorprendió.

La víctima fue hallada por los moradores de la zona, quienes alarmados notificaron el hecho de sangre a Gabriela González, madre del infortunado.

Ritual wayúu

La dama en compañía de sus hermanos acudió al sitio donde estaba su hijo ensangrentado. Funcionarios de la policía científica, quienes acudieron al sitio, respetaron la tradición wayúu y permitieron que la mujer con ayuda de sus hermanos lo envolviera en un chinchorro y lo llevara a su vivienda. Debajo de un techo de láminas de zinc, Gabriela puso en marcha su tradición. Bañó a su hijo, lo acostó en un chinchorro, le puso ropa interior blanca y unas medias.

El dolor le embargaba, pero no la consumía. Se acercaba a su hijo, lo miraba detenidamente, mientras unas lágrimas se esparcían por su rostro cabizbajo.

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