Felicia, la otra cara de la muerte por violencia en Maracaibo

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16 de junio, 2014 - 2:25 pm
Redacción Diario Qué Pasa

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Foto: Alfredo Chinaleong

La espera por el proceso legal, el costo y el papeleo administrativo, se suman al peso de la pérdida de un familiar de forma violenta.

Maracaibo —
Se llama Felicia. Tiene 62 años de edad y es wayúu. Hace dos días unos desconocidos habían asesinado a su hijo. Los criminales querían su motocicleta. Lo mataron en Maracaibo y se la robaron.

La cara de esta mujer está repleta de surcos de tristeza, de una vida dura que ahora ha empeorado. Ya son tres días los que ha acudido a la morgue. Puro papeleo administrativo, es una más de las decenas de personas que diariamente se trasladan a ese depósito de cadáveres acribillados o en el mejor de los casos, muertos por alguna imprudencia.

De nuevo en la morgue

Esto empieza a ser psicótico. Ya no importa el olor hediondo, putrefacto o apestoso. Después de casi 5.000 cadáveres a la espalda —muertos y matados—, ese estado no importa. El formol se ha convertido en un tufo habitual. Sin embargo, las escenas continúan. Son las mismas, varían las caras, incluso hasta la densidad o la viscosidad de las lágrimas. Quejidos o sollozos de familiares que van a recoger un muerto, a veces son más.

La escena se repite  cada día. Frente a mí, una decena de personas. Luego descubro que son familiares de uno de los cadáveres agujereados que reposa en esa anticuada lata de metal, semidesnudo y en posición fetal, ahí está.

Papeleo

Felicia, en esta ocasión, representa esa dantesca y lúgubre escena de la vida y la muerte. Visita al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), a la morgue, a la prefectura y a Sanidad. Al final logró trasladar el cuerpo inerte de su hijo a El Moján.

Sentada en ese minúsculo muro rojizo, sus pies están rodeados de hojas de apamate, según me indican. Espera la llegada de un familiar para poner fin a todo el papeleo. Además, ya me advierte que van a tener a su hijo en la casa mucho más tiempo que el que establece la ley. El velorio se prolongará más de lo habitual. Son sus creencias y su forma de entender la vida y la muerte. Costumbres y derechos consuetudinarios adquiridos.

Lejos de su tierra y con un dolor que no puede disimular, Felicia habla conmigo con absoluta cordialidad.

La primera pregunta es insoslayable, al igual que la respuesta: «Usted no es de aquí». «No, soy español, pero usted tampoco es de Maracaibo», fue la respuesta, encerrando una pregunta para ella. «No, soy de la Guajira», me dice.

Surcos que marcan una vida

Esos surcos en la cara oscura, mejor marrón, se le atraviesan a uno. Ya no son surcos, regueros, zanjas perceptibles que han marcado toda una vida. Y la de Felicia es una de esas vidas, una motocicleta profundizó más esas heridas. La muerte —no, aquí no cabe muerte, sino asesinato— de su hijo socavó más esa impotencia ante el crimen y también los años que le quedan de vida, siempre marcados por la sangre.

Conforme hablo con Felicia, me doy cuenta de otros casos —otros asesinatos— que discurren por la morgue de la Facultad de Medicina. Unos hablan de conseguir dinero para que el cadáver de otro muchacho pueda ser trasladado a un tanatorio, donde se ocuparán de todo. Y como si fuera un mercado, hay que negociar el precio.
A voz alzada, un joven habla con su hermana. Le dice que tiene que llevar a la morgue la mitad de todo el servicio funerario —17.000 bolívares—. Felicia también escucha y menos asombrada que yo, gira la cabeza. Incluso, parece que la hunde entre sus hombros. El joven insiste a través del celular que necesita urgentemente esos 8.500 bolívares para  extraer a su familiar de la morgue.

Más «Felicias»

Durante el rato que he estado hablando con ella, Felicia no ha soltado ni una sola lágrima. La miro atentamente y comprendo que la procesión va por dentro. Su dolor es duro y todo por esa motocicleta y el brutal crimen que perpetraron los asesinos de su hijo. «Señora Felicia, muchas gracias por haber conversado conmigo», le espeto. Ella, también me contesta: «De nada y gracias».

La actividad en la morgue

Cuando llegué ayer, poco después de las 8:00 de la mañana, había 40 personas. Cuando me voy, media hora después, continúa el desfile y procesión de familiares de muertos. Son, si se quiere, otras «Felicias» condenadas por hechos iguales o similares. Sus rostros son idénticos. Y el muerto —sus recuerdos— lo llevan dentro y les va a acompañar toda la vida.

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