Los buenos pensamientos generan otros mejores

Chismear disminuye las capacidades mentales

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4 de marzo, 2021 - 2:45 pm
Redacción Qué Pasa / Anaís Meleán

Así como las palabras malintencionadas causan heridas en los afectados, las palabras bondadosas y llenas de simpatía pueden aliviar dolores físicos y espirituales a los oprimidos

Es cierto que algunas personas experimentan placer al momento de comentar cierto tipo de información con otras personas. Sin embargo, el chisme, al ser comentarios, generalmente falsos, con los cuales se pretenden indisponer a unas personas con otras, se convierte en un mecanismo de degeneración moral que disminuye las capacidades mentales de quienes lo practican.

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Este hábito es considerado una indisciplina humana, no existe en otros seres vivos; lo cual acrecienta la maldad de la especie y fortalece las imperfecciones conductuales de unos con otros.

Se requiere una serie de defectos para ser chismosos: ser mentirosos, en algunos casos exagerados, malintencionados, murmuradores, perspicaces y astutos para el mal, impertinentes, entrometidos, hábiles para averiguar, curiosos, mal pensados; conductas éstas discordantes con la armonía social y violatorias del manual de funcionamiento de cada entorno; razón por la cual son rasgos aborrecidos por Dios y por la misma sociedad al vulnerar los intereses colectivos con los individuales.

Chismear fomenta la hipocresía, los sentimientos falsos, la indiscreción, la desconfianza porque mientras unos están ávidos de publicar todo lo que saben, otros están con malas sospechas, y al final todos piensan mal de todos.
Si partimos de la realidad de que todos tenemos defectos de carácter, nos limitaríamos a ver el de los otros; si asumimos nuestras responsabilidades cuando fallamos, no tendríamos que buscar el culpable de lo que nosotros mismos erramos; si viéramos en otros a personas con buenas intenciones, no usaríamos nuestra lengua para ofenderla o calumniarla sin conocer las razones de su proceder incomprensible para nosotros.

Cuidado con el chisme disfrazado de noticia

El chismoso, en su esfuerzo por dar la primicia, dispara su aguda imaginación y supone aún más allá de los hechos reales, crea episodios, inventa acciones y personajes, diseña conversaciones, lee pensamientos y construye toda una situación en la cual él mismo es el primer engañado. Recoge expresiones descuidadas de otra persona, sin considerar que a veces ciertas palabras pueden haberse dicho con premura y que, por lo tanto, no reflejan los verdaderos sentimientos de quien habló.

Pero estas observaciones no premeditadas, y que con frecuencia son tan triviales que no valen la pena tenerlas en cuenta, son las ocasiones perversas para exagerarlas y reiterarlas con ahínco, hasta que convertir un grano de arena en una gran montaña.

Otra razón por la cual se degenera la mente es porque el chismoso evalúa y muy mal. Se emplean todas las destrezas facultativas para recoger informes, indagar, suponer y concluir injustamente. Esto no sólo neutraliza el desarrollo mental sino que el sano juicio se va disipando y cada vez se comenten más errores y se discierne menos la verdad de la mentira. Es una lástima que con facilidad se desprendan de los labios secretos confiados y se utilicen para el beneficio propio o quebrantar la imagen de quien confió en decírtelo.

Consecuencias sociales

foto1vAunque algunos crean que se trata de una destreza comunicativa, los chismes generan ansiedad y temores en el colectivo pues tal conducta caree de normas, de ética, de consideraciones y sobre todo de veracidad.

En un ambiente comunal, laboral, educativo o cualquier otro siempre se generan opiniones no sustentadas que incomodan a otros. No hay sustento verídico, no hay responsables, y cual cáncer se propaga por todo el colectivo sin poderse frenar ni revertir sus males.

El principal mal, o quizá el primario, es el irrespeto jerárquico, pues la línea jerárquica se aplana al difundir una información no canalizada por las autoridades establecidas en tal ambiente. Son los jerarcas los primeros en conocer alguna información y los primeros en accionar en función de ellos verificando las intenciones y veracidad de lo expuesto, procurando la mayor discreción y el menor impacto a los afectados. De igual modo, es el deber, establecer medidas de control de estos desastres comunicativos.

Otro mal social es la exclusión o generación de subgrupos por la necesidad de susurrar para que otros no escuchen y para que los implicados se entiendan mejor y con detalles precisos.

La baja del rendimiento laboral y social es parte de los resultados naturales de este vicio o adicción humano que refleja el mal de la ociosidad de quienes se dedican a iniciar con preguntan inofensivas un tema de conversación para terminar criticando la forma de vestir de Fulano, cómo come Fulana o cómo camina Sutana hasta llegar a instalarse por horas conjeturando sobre quién salió con quién o por qué aquél se comporta de tal forma.

El antídoto perfecto: pensar y hablar bien de los demás

Así como las palabras malintencionadas causan heridas en los afectados, las palabras bondadosas y llenas de simpatía pueden aliviar dolores físicos y espirituales a los oprimidos; pueden suplir las necesidades de nuestros compañeros.

El placer de hacer el bien a otros, imparte brillo a los sentimientos que cruzan como relámpago los nervios, aceleran la circulación de la sangre e inducen la salud mental y física.

En este sentido, pensar y hablar bien de los demás infunde alegría, tranquilidad y paz redundantes en favor de la felicidad y la salud de los demás, y además, nos dará a nosotros el mayor beneficio. La tristeza y el hablar de cosas negativas promueven imágenes mentales desagradables, y producen sobre nosotros mismos un efecto negativo. En medio de momentos duros, difíciles, unas palabras de ánimo resultan ser un bálsamo.

Cuando no se juzga o no se critica, no se hiere; cuando se cae en las garras del chisme, si los rayos de luz comienzan a brillar en la mente de quien se abstiene, se frena la cadena perversa del rumor malintencionado. Cuando nuestras palabras buscan consolar, el consuelo de otro nos consolará a nosotros mismos.

Las vidas de algunos carecen de paz y alegría, porque nunca salen del círculo del yo. Siempre están requiriendo la simpatía de los demás. Si trataran de ver cuán útiles pueden ser, y quisieran pronunciar palabras de amor y de ánimo, sus almas, secas y tristes ahora, se convertirían en un jardín bien regado para el disfrute de quienes le rodean.

Es mejor la autocrítica

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Muchas veces vemos los grandes defectos de quienes nos rodean y, casi siempre, nosotros también lo poseemos y en mayor grado, pero no lo vemos. Si toda la energía empleada de denigrar a los demás la empleáramos en ser autocríticos, en ver cuánto debemos cambiar, cuán poco agradable somos para otros; nuestro carácter sin duda fuera otro, mucho más noble y menos egocéntrico.

Si todos empleáramos nuestras facultades de investigación para ver qué males necesitamos corregir en nosotros mismos, en vez de hablar de las faltas ajenas, habría una condición social más sana.

 

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