Las cosas no han sido tan rosa en el Fátima

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21 de noviembre, 2013 - 11:57 am
Redacción Diario Qué Pasa

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El acoso escolar, también conocido como «hostigamiento escolar», «matonaje», «matoneo» o por su término en inglés bullying es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado, tanto en el aula como a través de las redes sociales.

El concepto queda claro. Pero, ¿qué pasa cuando esta práctica no proviene de los compañeros de clases, sino que es ejecutada o estimulada por un adulto; o peor aún, por un maestro o varios; o más grave, por una institución cuyas políticas rayan en el desprecio por las clases sociales menos favorecidas, la xenofobia y el racismo?

No estamos hablando de una hipótesis, sino de un caso absolutamente real. Ese plantel tiene un nombre: Unidad Educativa Colegio Nuestra Señora de Fátima, y cada docente involucrado también. Los protagonistas de esta historia son la directora, Dhámiles Pineda Torres; la subdirectora, Migdalia Ojeda Aranaga; la coordinadora de la 3era. etapa de educación básica, María Eugenia Delgado; la orientadora, Dalia Zambrano; la coordinadora de relaciones institucionales y bienestar estudiantil, Gloria Barboza de Tucker; y los maestros Luis Urdaneta y Anny Laclé.

La víctima en este caso es Carla Elena Gómez Alvarado, quien hoy en día tiene 21 años de edad y una dramática historia de cuatro años de abusos, malos tratos, vejaciones y humillaciones por parte de los directivos, sus maestros y compañeros de clases, que la marcaron por el resto de sus días con lo que los psicólogos llaman herida invisible: «Trastorno de estrés postraumático y síntomas depresivos», reza el diagnóstico de un especialista del Centro de Tratamiento y Orientación Juvenil (Cetro).

Más al detalle, la psicóloga Florexi Virginia Oquendo Nava observó en Carla, cuando solo tenía 17 años, las siguientes señales: «Adolescente (…) con repuestas sociables contestando a las interrogantes de manera racional y pertinente, convencional y de poco interés mostrando conductas defensivas moderadas. Levemente depresiva y pesimista, presentando supresión a la agresividad, capacidad de adaptación manifestando conductas de inhibición, inseguridad; rasgos paranoides mostrando dificultad para establecer relaciones interpersonales, falta de empatía y perturbaciones emocionales de rasgos histeroides, mecanismos de defensa represivos con supresión a la agresividad, inmadurez social e incapacidad para manejar la hostilidad hacia los demás. No se observan indicadores de organicidad».

Todo tiene su principio

Aunque Carla y sus padres Carlos Gómez y Luisa Alvarado dividen sus vidas en un antes y después del 2 de abril de 2009, no es allí donde parte la historia. En esta entrega se describirá la parte histórica de una serie de sucesos que fueron desde lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo complicado, del regaño al abuso físico… a la humillación y al desprecio de los directivos y docentes del Colegio Fátima en contra de una alumna a quien maltrataron de todas las formas posibles.

El primer episodio se remite al año 2005, cuando se produjo un conflicto por la comida que la entonces niña de 13 años debía recibir. «Yo fui recibida (en octavo grado) en el colegio a través de Pdvsa. Yo soy caraqueña, en el colegio era la única caraqueña y por eso comenzó la discriminación. Que si ‹Caracas es un hueco›, que si «la República Independiente del Zulia», relata Carla.

«Al principio no le di importancia, porque pensé que los profesores lo hacían para resaltar al Zulia, por eso del regionalismo. En los días de presentación de los alumnos y comienzan a preguntar en qué trabajan los padres, yo digo que mi madre es secretaria en Pdvsa. Varios profesores me comentan que son botados de la industria a consecuencia del paro, y empieza también una situación de desprecio político y socioeconómico en mi contra, porque la mayoría de quienes en ese entonces eran mis compañeros de clases son hijos de empresarios, dueños de bingo, hijos de generales del Core, dueños de ferreterías, de constructores de villas, gente pudiente».

«A partir de ahí, todos los días empezó a faltarme el almuerzo, me faltó tres veces consecutivas», sigue relatando Carla. «Yo me quedaba todo el día, tenía una rehabilitación médica, porque estaba siendo tratada con esteroides por un problema de capacidad pulmonar, y por ello los médicos me mandaron a practicar actividades deportivas, además de que yo seguía con mis actividades en la música. Por esta razón, yo comía en la tarde en el colegio, para lo cual mi madre pagaba una mensualidad (adicional a la matrícula) para que allí se me diera la comida. Era sopa, seco y un vasito de jugo, que era de cartón».

El punto es que varias veces faltó el almuerzo, específicamente el mío, entonces me ofrecían que si pizza o sanduchito, porque para mí «no había alcanzado» la comida. Fui a hablar con la administradora del colegio, quien se encarga directamente del tema de los almuerzos, la señora Iris Bermúdez y ella muy poco receptiva escuchó mi planteamiento, le saqué un calendario donde tenía anotado los días que me había faltado el almuerzo. Ella me dice que a veces falta la comida porque no se hizo bien el conteo para comprar la carne u otro ingrediente.

Le digo que tengo hambre, que estoy en crecimiento y necesito mis cuatro grupos alimenticios, que mi madre había pagado por adelantado y pedí que me sugiriera cómo solventar la situación. Me respondió que me darían pizza y jugo, a lo cual respondí que mi madre no pagó por pizza y jugo, y que si yo aceptaba eso estaría dando por sentado que había recibido una comida completa, lo cual era falso. Me quedé sentada en su oficina esperando que me dieran un plato de comida, y ella solo se dedicó a ignorarme. La dueña del colegio, Emilia Acosta Kenny que había escuchado todo, me mandó a buscar una comida y apareció un almuerzo para mí».

«Al día siguiente, mi madre me llevó al colegio y la directora, Dhámiles Pineda, le dijo que yo me había quejado por la comida, y que estaba en contra de la ‹República Independiente del Zulia› y que si no me parecía, que podía retirarme del colegio. Me mandó a llamar aparte a su oficina y mi madre se retiró. En la oficina la directora me habló de la Ley Guajira, o mejor, de la tergiversada Ley Guajira. Que yo jamás debía dirigirme directamente a un adulto, siempre debía buscar a otro adulto que hablara por mí, bien sean mis padres, algún familiar, pero que jamás y nunca podía volver a dirigirme personalmente a ningún adulto en la escuela, algo que no está establecido en el Manual de Convivencia».

Este relato continuará mañana con más detalles de los incontables abusos y violaciones a los derechos más básicos de los niños, niñas y adolescentes cometidos por la directiva y profesorado de la Unidad Educativa Colegio Nuestra Señora de Fátima en contra de Carla Elena Gómez Alvarado.

»El acoso escolar es una especie de tortura, metódica y sistemática, en la que el agresor sume a la víctima, a menudo con el silencio, la indiferencia o la complicidad de otros compañeros».

José Sanmartín, autor de Violencia y Acoso Escolar

»En el Colegio Nuestra Señora de Fátima trataron de borrarme durante cuatro años y tengo que volver a levantarme, a redibujarme. Tiene que haber un precedente, tiene que hacerse justicia».

Carla Elena Gómez Alvarado, víctima

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Carla Gómez y su padre Carlos Gómez llevan varios años luchando porque se haga verdadera justicia.

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Carla debió soportar durante tres años constantes ataques de sus maestros y compañeros de clases que fueron inducidos al bullying.

Fotos: Rafael Parra

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