Codependencia: La otra cara del alcoholismo

4A JU
6 de julio, 2015 - 2:28 pm
Redacción Diario Qué Pasa

Foto: Agencias

Si reconocer a un alcohólico puede ser difícil, detectar cómo están afectadas emocionalmente las personas que le rodean se torna a veces imposible

Maracaibo — «El que necesita ayuda es él, no yo». Esta es una frase común entre familiares de alcohólicos. La reflexión que hacen es que si él es quien tiene la botella, es él quien debe dejarla y piensan que si esta persona para de beber acabaría el problema. Pero la realidad es mucho más compleja que eso.

«Cuando me mudé a mi propio apartamento, todavía estaba constantemente preocupado por la bebida de mi padre y lo que esto afectaba a mi madre. Estaba confrontando mentalmente los problemas de ellos y emocionalmente complicado con el bienestar de la familia que había dejado atrás». Esta realidad, narrada en el folleto Relatos de Al-Anom de hijos adultos, es muestra de la enfermedad que padecen quienes conviven con un alcohólico: la codependencia.

Reconocer la línea delgada que divide una normal preocupación por un ser querido y la codependencia puede ser complicado.

La psicóloga de la Policlínica Maracaibo, Rosaura Andara, especialista en el campo de adicciones tras 20 años de estudios en el área, cuenta que desde finales de los años 60 se descubrió que la familia de un dependiente químico, es decir, el adicto al alcohol o a otras sustancias, también estaba afectada, pero pasaron décadas para que los profesionales pudieran dibujar el problema.

Mélody Beatle, en su libro Ya No Seas Codependiente define: «Una persona codependiente es aquella que ha permitido que la conducta de otra persona la afecte, y que está obsesionada con controlar la conducta de esa persona».

«Se pensaba al principio que esto era una reacción natural», indica Andara, quien explica que más tarde se descubriría que se trataba de una enfermedad primaria, es decir que una persona se convierte en co-dependiente en el seno de su familia y en su vida adulta la tendencia será a relacionarse con un dependiente químico. Luego, lo más probable es que los hijos sufrirán la misma patología convirtiéndose en un ciclo casi inacabable.

¿Preocupado o codependiente?

«La mayoría de los codependientes estaba obsesionada con otras personas. Con gran precisión y detalle, podía recitar largas listas de los actos y transgresiones de los adictos. Sin embargo, estos codependientes, que tan bien podían ver dentro de los demás, no podían verse a sí mismos. No sabían lo que estaban sintiendo. No estaban seguros de lo que pensaban. Y no sabían qué era, si acaso había algo, lo que podían hacer para resolver sus problemas; si, en efecto, tenían algún otro problema que no fueran los alcohólicos», cuenta Beatle en su libro.

Para establecer la diferencia entre una conducta normal de preocupación por un ser querido y lo que es codependencia, la especialista detalla cuatro características: pensamientos obsesivos, comportamiento compulsivo, consecuencias negativas y negación.

«Los codependientes tienen pensamientos obsesivos, mantienen un pensamiento único en relación a un objeto o personas y es involuntario. Para calmar esta sensación adoptan conductas compulsivas para disminuir la angustia que genera su obsesión, entonces comienzan a generar conductas de supervisión y así generan una sensación falsa de control».

Las consecuencias negativas de estas conductas son más fáciles de reconocer que el problema que las genera.

Andara indicó que la persona comienza a perder la capacidad de concentración, atención, memoria e inclusive es común en los niños observar bajo rendimiento escolar, mientras que el adulto comienza a tener problemas en el trabajo porque no es productivo.

Otras son las consecuencias en la salud: «Muchas veces el codependiente es mal medicado, quienes no conocen sobre adicciones pueden diagnosticar un trastorno obsesivo compulsivo o un cuadro depresivo, de manera que se medica con ansiolíticos», explica.

La persona además se aísla «porque quiere mantener la imagen de que todo está bien y está cubriendo las faltas de otro. El alcohólico genera gastos que paga el codependiente».

La psicóloga establece una clara diferencia: «La gente cree que es normal preocuparse, pero la diferencia son las consecuencias. Una persona sana emocionalmente se preocupa y cuando no puede más suelta el problema, no asume toda la responsabilidad de ayudarlo».

La característica más resaltante es la negación. «Este es un mecanismo de defensa, consiste en negar la realidad. La persona se miente a sí misma, puede hacerlo minimizando el problema: ‹bebe pero poco, bebe pero es tranquilo›, o justificándolo: ‹bebe porque está estresado, bebe porque lo botaron».

Andara precisa que lo primero que hará el profesional será confrontar a la persona con la realidad para luego iniciar un tratamiento.

Indica que existe además una explicación biológica: «En lo que he estudiado he descubierto que hay una enfermedad física también, que la persona se vuelve adicta a los neurotrasmisores que son sustancias cerebrales que regulan las emociones. En el codependiente esa sustancia no es normal, esto progresa igual que el alcoholismo».

La pareja «perfecta»

Mientras el alcohólico es adicto a la botella, el codependiente es adicto al alcohólico. «Esto se atrae», asegura Andara dejando claro que la codependencia es también un tipo de adicción y esboza de qué manera se crean este tipo de relaciones.

«En las familias disfuncionales se dan situaciones que propician el desarrollo de la codependencia. Hay familias que por sus características son fábricas de adictos», apunta la psicóloga.

Hay un tipo de familia donde se favorece inconscientemente la adicción, según refiere la especialista citando el libro Querer no es Poder: «Familias que no protegen a sus miembros de los peligros y las presiones del exterior, ni educan en las capacidades de afrontar los problemas de la vida, ni constituyen para sus miembros un refugio para restaurar la confianza en sí mismo. Más bien son familias que deprimen la autoestima en lugar de reforzarla».

Andara cuenta que al descubrirse esto, surgió el dilema de esposas de alcohólicos que alegaban no provenir de ningún hogar alcohólico, «pero luego comienza a descubrirse que quienes provenían de familias ‹sanas› tenían alguna otra patología, no necesariamente una adicción química pero sí eran familias disfuncionales».

La realidad puede tornarse alarmante. La literatura deja claro que las parejas, hijos e incluso amigos afectados por un alcohólico no son precisamente víctimas de éste. Son codependientes, personas que por el ambiente familiar en el que se criaron desarrollaron este patrón de conducta e inconscientemente se relacionan con dependientes químicos para saciar su necesidad de volcar su atención en otra persona.

«¿El problema es el alcohólico? No. Hemos visto que si la persona deja de beber, el codependiente crea situaciones para hacerlo beber», puntualiza Andara.

La especialista es tajante en afirmar que en su experiencia, este tipo de pareja debe romperse: «El codependiente es adicto al sufrimiento y la relación deja de tener sentido si uno de los dos sana porque no quiere recaer. Cada familia es un caso, pero pongo en tela de juicio que se pueda seguir la relación porque cuando se inicia la recuperación no quieres seguir con un alcohólico; no creo que es congruente que sigan juntos».

Recuperación

La recomendación de la especialista es asistir a grupos de apoyo como Al Anom, organización paralela a Alcohólicos Anónimos (AA) avalada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con distintas sedes en el Zulia y el resto de Venezuela, donde se encargan de prestar apoyo a quienes conviven con dependientes químicos y cuyas vidas se ven afectadas directamente. Además, se debe tener tratamiento profesional pues la experiencia ha demostrado que solo ir a los grupos o a terapia no funciona los tratamientos deben complementarse.

«Se habla también del apoyo espiritual porque es una enfermedad trípode: es física, mental y espiritual entonces se debe cuidar por todos lados.

La codependencia puede tratarse, pero la mayoría de los profesionales piensan que no se cura aunque se puede aprender a tener emociones sanas: «Tengo 20 años de ejercicio, comencé a investigar antes de estudiar y no he visto curados, es como la diabetes, es una enfermedad crónica. Si tienes un ritmo de vida sano se controla, pero si estas con personas que necesitan ser cuidadas vuelves a recaer».

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