Maltrechos y desgastados, casi 300 pares de zapatos sirven como una muestra del periplo que algunos de los 3,6 millones de inmigrantes que, según la ONU, abandonaron Venezuela desde 2016.
Algunos de los zapatos han recorrido miles de kilómetros desde que sus dueños decidieron abandonar Venezuela. Frente al Congreso de Colombia casi 300 pares “llaman” a ponerse en el lugar de sus portadores, en un intento para alejar la xenofobia que asoma en la política colombiana.
Tenis, sandalias, tacones, botas, zuecos, alpargatas… La Plaza de Bolívar de Bogotá, centro de la política cafetera, amaneció este 13 de septiembre con un tapete de zapatos.
Cada par “representa una historia, y cada una de esas historias cuenta el camino de una persona que tuvo que dejarlo todo para tratar de cumplir sus sueños en Colombia”, dijo a AFP Alejandro Daly, coordinador del movimiento Derecho a no obedecer.
El movimiento lideró la instalación del calzado en respuesta a mensajes xenófobos de algunos aspirantes a cargos públicos en las elecciones locales que se celebrarán en octubre en Colombia, principal país receptor de los migrantes venezolanos.
Nuestro antídoto es “ponerse en los zapatos” del otro, que es la única manera de “entender a una persona”, añade Daly, un venezolano que llegó hace seis años a Colombia.
Daly recogió más de 500 ejemplares en fundaciones colombianas que atienden la ola de migrantes que huyen de la peor crisis de la historia reciente de Venezuela, agravada por la recesión, la hiperinflación y el desabastecimiento.
La mayoría de zapatos pertenecieron alguna vez a los llamados “caminantes”, como se conoce a los venezolanos que salieron de su país a pie ante la falta de dinero para pagar un transporte aéreo o terrestre.
Maltrechos y desgastados, dan cuenta del periplo de algunos de los 3,6 millones de migrantes que según la ONU han abandonado la otrora potencia petrolera desde 2016.
El resto está en buenas condiciones porque son donaciones de venezolanos ya establecidos en Colombia para aquellos que apenas llegan y no tienen con qué calzarse. Al final de la muestra serán donados.
“Los pusimos acá en el (…) epicentro de la segunda mayor crisis migratoria actualmente en el mundo” porque “no queremos que se utilice el lenguaje discriminatorio y xenófobo para hacer campaña electoral”, explica Daly.
Brotes xenófobos
En Colombia hay 1,4 millones de migrantes venezolanos. Aunque la ONU ha resaltado la recepción y solidaridad del país andino, también ha cuestionado brotes discriminatorios.
En los comicios donde los colombianos elegirán alcaldes y gobernadores empiezan a surgir mensajes xenofóbos de algunos candidatos que también critican con durez al presidente venezolano, Nicolás Maduro.
La aspirante a regir el departamento fronterizo de Santander, la conservadora Ángela Hernández, aboga por un control migratorio más estricto. Y su lema de campaña reza: “Venezolanos sí, pero no así”.
En la ciudad de Tunja, a 140 kilómetros de la capital, un puñado de pobladores marcharon a finales de agosto contra los migrantes.
“Son lemas de campaña que no podemos permitir”, sostiene Daly.
La exhibición, que estuvo dos horas en la tradicional plaza bogotana, llama la atención de los transeúntes.
Jhon Jairo Lince, trabajador de una empresa de demolición, se acercó pensando que era “un mercado de las pulgas”. La iniciativa “me parece chévere”, dijo. Colombia “es un lugar hostil para ellos (los venezolanos)”.
Acercar realidades
Los observadores fueron impactados con las piezas más pequeñas. La mayoría del calzado de niños son sandalias, propicias para recorridos cortos pero no para maratones como la de los migrantes, apunta Daly.
“Ese que está ahí significa mis nietos, mis hijos, la historia de todos los niños venezolanos”, afirma el cineasta venezolano Felipe Falcón, señalando unas pequeñas sandalias rotas.
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A algunos metros de él revolotean seis menores compatriotas, harapientos, con bermudas y chancletas como única protección del frío bogotano.
“Regálenos unos zapatos”, suplican a Daly. Le aseguran que sus padres viven en la ciudad de Santa Marta, en el Caribe colombiano, y ellos, bajo un puente.
El activista les promete un techo para pasar la noche, pero los niños corren despavoridos cuando les habla de la entidad encargada de velar por los menores.
“Todavía” se me “aguan los ojos” porque aunque “los colombianos se están encontrando con venezolanos por todos lados, eso no quiere decir que les hablen, que le pregunten cómo se llaman, que les pregunten sus historias”, dice.
Por eso esta instalación “es una forma de acercar estas dos realidades”, concluye.
Foto: Agencia
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