Hoy 7 de agosto, Iván Duque cumple un año en la presidencia de Colombia. Lo que para él fue un regalo, para Colombia han sido 365 días de espera. ¿Cuándo va a comenzar a desarrollar su liderazgo?
Si Iván Duque no fuera el presidente de Colombia, un país con casi 50 millones de habitantes, necesitando empleo, educación, techo, salud y perspectivas de futuro, sino un «escolar en tiempo de aprendizaje”, como lo ve la revista Semana, las cosas serían distintas.
Iván Duque llegó a la presidencia porque él mismo aceptó la nominación de su mentor, Álvaro Uribe. Pero muchos colombianos sienten, a menudo, que en el Palacio de Nariño gobierna un adolescente. Habiendo cumplido 43 años el pasado 1° de agosto, Duque es un mayor de edad que, como presidente de la cuarta economía de América Latina, no ha logrado convencer: ni a los opositores moderados ni radicales, ni a quienes no le hacen el juego a la polarización, ni a su partido de ultraderecha.
Hoy, dos de cada tres personas consideran que las cosas van por mal camino. Duque cuenta con tan solo un 37% de aprobación entre la población, dice la última encuesta de Invamer.
Tras la firma del Acuerdo de Paz, cuando Colombia buscaba dejar atrás medio siglo de violento primitivismo y el país necesitaba un liderazgo claro e inspirador, con una mirada al futuro que le inyectara optimismo, liberando energías e ideas productivas por una Colombia mejor, llegó Iván Duque: joven pero con muchas ideas caducas; conservador, pero representante de figuras ultraconservadoras, con posturas peligrosas para la democracia colombiana.
Figuras que están politizando e ideologizando peligrosamente a las Fuerzas Armadas colombianas, que hasta ahora, habían respetado la elección democrática de los civiles y se habían mantenido al margen del debate político, como lo exige la Constitución. Pero ya desde los batallones y clubes de exmilitares salen panfletos en los que se difama como «castrochavistas” a todos los partidos, menos al del actual Gobierno. Aunque algunos miembros de las Fuerzas Militares y la Policía cometieron crímenes de lesa humanidad durante el conflicto, no había un divorcio entre estas y la población. Ahora, está creciendo el desprecio mutuo y esa semilla la están sembrando los radicales tanto de derecha como de izquierda.
La responsabilidad la lleva Iván Duque, por acción u omisión. A pesar de que Duque y su Gobierno saben que ha sido gracias a la paz que la confianza en el país creció y que el turismo está experimentando un auge inédito, ha permitido la polarización que busca su partido, ha consentido los intentos de cambiar las leyes para sacar a correligionarios criminales de las cárceles, ha optado por azuzar la confrontación con Venezuela en vez de apoyar una mesa de diálogo.
También en Colombia el discurso del odio se ha convertido en plomo: la violencia ha vuelto a crecer. Así lo demuestra el último informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). Este no es el ambiente en el que una economía puede prosperar. Y no está prosperando. Mientras las cifras oficiales hablan de una presunta reducción del desempleo a un 10%, analistas dicen que no hay tal. Que es tan grande la frustración de muchos colombianos que no encuentran trabajo, que desisten de buscar y pasan al sector informal, desapareciendo de las estadísticas oficiales.
Duque es presidente, también gracias a la propaganda según la cual la oposición quería instalar en Colombia una segunda Venezuela. Pero en medio de la gritería en contra de la dictadura del país vecino, en Colombia está teniendo lugar un proceso lento y soterrado que puede llevar justamente a perder el equilibrio democrático, como sucedió en Venezuela. Los extremos se han tomado el panorama político colombiano y el peligro radica en ambos. El riesgo está en creer que solo el contendor extremista de la otra parte es el malo, y no el líder que se defiende por cercanía, ideología o convicción.
Este gobierno no ha logrado hacer «trizas la paz”, gracias a que las instancias democráticas no lo han permitido. Y gracias a que la comunidad internacional, lejana a los rencores internos, mantiene los ojos puestos en Colombia, un país importante para la estabilidad regional y con una población que merece un futuro próspero.
Iván Duque, a pesar de su entorno, aún puede convertirse en el defensor del Estado de derecho. Un país entero, y una comunidad internacional atenta, lo esperan. Pero Iván Duque evoca a Oscar, el protagonista de El Tambor de Hojalata, el niño en la alegoría del novelista alemán Günter Grass, que el día que recibió su tambor, el mejor regalo de su vida, decidió no crecer más.
Escrito por José Ospina
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