Leyendo un artículo del historiador y profesor de la Universidad Nacional Pedagógica de Bogotá, Dr. Renán Vega Cantor, acerca de las rasgos psicopolíticos de la actual sociedad colombiana, a la cual caracteriza como cultura «traqueta» por el traqueteo y violencia de las ametralladoras, vocablo de moda en el léxico de Medellín, nos viene a la mente la imagen de Álvaro Uribe Vélez, declarando «me faltó tiempo» para atacar militarmente a Venezuela. Un discurso intemperante en todo sentido, que se iguala al traqueteo de la metralla, signado como impronta social en su natal ciudad cuna de la violencia y de los mas grandes narcotraficantes de la historia planetaria.
En Medellín confluyen la subcultura de la violencia, la prostitución aderezada con el narcotráfico, el ascenso social súbito, el dinero fácil (obvio), y la avidez consumista que hoy caracteriza a la sociedad neogranadina, en general.
Esa cultura de la intimidación y el enriquecimiento brusco fue el modelo que impuso en Colombia el cartel de Medellín y, paralelamente, los asesinos de las autodefensas creadas por Uribe que se propagó con inusitada rapidez por toda Colombia, hiriendo las fronteras mismas de Venezuela, y penetrándolas con avidez. Es de recordar como la inesperada riqueza del narcotráfico neogranadino se mudó a Venezuela, adquirió propiedades, haciendas y fábricas en Zulia, Táchira, Apure y Barinas. Hay suficiente documentación al respecto.
Y con ese caudal inmenso de dinero, la toma social de los pobladores, sobre todo de los más vulnerables comenzó; se trató de conformar verdaderas mafias binacionales que pusieron y todavía tienen en jaque a gran parte de la población fronteriza. Y con el caudal, que llenó los bolsillos de algunos, vino la cohonestación de las fortunas por el establecimiento (AD-Copei) que agrietó la psiquis fronteriza desde los 80s.
Esa infracultura del facilismo y de la riqueza súbita fungió como un ejemplo para el pueblo de este lado, que de a poco fue adquiriendo los nefastos hábitos de nuestros vecinos, que ya nos venían azotando —decenas de años atrás— con la incursión de tramposos negociantes, estafadores en serie, y asesinos por encargo.
Esa peculiaridad social de la Colombia de hoy, es un producto directo de la cultura del narcotráfico y del paramilitarismo, que en muy poco tiempo mutó como emblema de la sociedad neogranadina. ¿Cómo y por qué se impuso esa subcultura en la que sobresale el apego a la violencia, al dinero, al machismo, a la discriminación, y al racismo? Explica el doctor Vega Cantor que esta es «complemento y resultado de la desigualdad que caracteriza a la sociedad colombiana. Porque, adicionalmente, esa conducta impropia convertida en cultura, fue apoyada y tomada para sí, por las clases dominantes, —comerciantes, financistas, exportadores, industriales, cafeteros, terratenientes, ganaderos, propietarios urbanos—, junto a las jerarquías eclesiásticas, el mundo deportivo —equipos de fútbol, cuyos dueños están ligados al paramilitarismo narco—, las reinas de belleza, los periodistas; todos ellos se convirtieron en sujetos activos y conscientes de la «nueva cultura» y de sus «valores»: violencia inusitada, enriquecimiento fácil e inmediato, endiosamiento del dinero y el consumo, destrucción de las organizaciones sociales y sus dirigentes, eliminación de los partidos políticos de izquierda (el caso emblemático es el de la Unión Patriótica), apego sin condiciones a los dogmas neoliberales y al libre mercado, posturas políticas neoconservadoras sustentadas en una falsa moral religiosa…».
La TV colombiana es un claro ejemplo de esa subcultura destructiva y prosaica. Basta con enumerar las telenovelas que fueron exitosísimas en esa sociedad sometida y que «orgullosamente» han exportado: Sin Tetas no hay Paraíso, El Mexicano, El Capo, Pablo Escobar, Las Muñecas de la Mafia, El Señor de los Cielos, La Reina del Sur etc, las que —por la intensa publicidad de los canales— se convirtieron en valores sublimes y ejemplos «in» para esa sociedad enferma…
Remarca Vega Cantor, «el individualismo, la competencia, el culto a la violencia, la mercantilización del cuerpo, la prostitución, el sicariato, la adoración a la riqueza y a los ricos, el desprecio hacia los pobres… Fútbol, mujeres desnudas, telenovelas, chismes de farándula sobre las estupideces que realizan las vedettes, constituyen el menú de imágenes y sonidos que presenta la TV colombiana y que configura el telón de fondo… de esa cultura que se erige como modelo de vida para millones… que jamás saben de la existencia de un libro, de un debate de ideas, de una obra de teatro, de un poema, y de todo aquello que ilustra y hace culto a un pueblo».
Y esa caracterización cultural tiene a la violencia e intolerancia como un factor común, incluso incorporado al léxico habitual, a la cotidianidad de las relaciones interpersonales y al comportamiento político. Ejemplos: Le «doy en la cara marica», «fumíguelo a mi nombre», «esa Negra Piedad hay que matarla», «hay que aplicarle electricidad», son frases infames de los últimos tiempos, que han sido pronunciadas por «relevantes» personajes del ámbito político y mediático colombiano.
¿Dónde predomina esa cultura de la violencia y el dinero fácil?
En dos sectores bien definidos prevalece esa cultura al más puro estilo «narco-para» de Pablo Escobar y Carlos Castaño:
1) En la política, cuyo exponente es Álvaro Uribe Vélez y su partido, sin excluir a otros grupos de la derecha neogranadina, todos ligados a los sectores de la oligarquía.
2) En el periodismo, en los medios de comunicación. Dice Vega: «En la política, ya no se necesita hoja de vida en la que consten las realizaciones de un candidato en la esfera pública, sino que se exhibe un prontuario criminal sin pudor alguno, que incita a los electores a votar por los mafiosos de turno, como sucede entre la Camorra Italiana… Esto se confirma con las listas para el senado… del Centro Democrático, cuyos nombres no tienen nada que envidiarle a cualquier catálogo de delincuentes y sicarios, empezando por el nombre que la encabeza.
Esa subcultura, dañina, inhumana, delictiva, fue aprehendida para sí por las clases dirigentes de Colombia, es decir por la burguesía y la oligarquía, que tiraron al pote de la basura toda la ilustración burguesa que los distinguía. Hoy en las cúpulas del poder económico, clerical y mediático sobresale la trivial lógica de la intolerancia y el enriquecimiento rápido, que tiene como un común denominador el odio y la violencia contra los pobres.
Las consecuencias de la importación «traqueta»
Ya es notorio que esa tragicomedia colombiana de la grosería, la depravación sexual, el lenguaje prosaico, la imitación de lo mas bajo, junto al consumismo desaforado, ha hecho mella en las porciones más vulnerables de nuestra sociedad fronteriza.
Hablar mal de Venezuela, pensar en términos de facilismo, de «viveza» y «raspacupismo» para ponerse en unos cobres, fácil y rápido, es normativa subcultural en jóvenes y mujeres del Táchira y Zulia. El contrabando de extracción, la trampa con las remesas, el bachaqueo, el sicariato tarifado (con PVP), el secuestro exprés, y tantas modalidades de esa subcultura colombiana ha invadido el alma de nuestros connacionales de la frontera. Es como haber hecho un postgrado en el destrozo de la conciencia del deber ser venezolano.
La imagen a imitar es la del bacano, vago, fumón, y millonario y la de la reina de belleza, con nalgas postizas, tetas sobredimensionadas, y «pareja» de un para, de un «pran» o de un narcotraficante que le sature todos los caprichos. De allí tanto crimen famoso y de famosos, y tanta degradación…
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