Marco Rubio describió el convenio en materia de migración (tráfico) alcanzado con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, como «Un acuerdo sin precedentes, el más extraordinario del mundo» durante su primera gira mundial como Secretario e Estado de los EE. UU. que e paso fue a Latinoamérica.
Y Rubio remato para explicar el acuerdo: El Salvador accedió a recibir deportados de cualquier nacionalidad y «también se ofreció a hacer lo mismo con criminales peligrosos que están actualmente bajo custodia y cumpliendo su condena en Estados Unidos, aunque sean ciudadanos estadounidenses o residentes legales«, tras reunirse durante tres horas con el mandatario salvadoreño en su residencia del lago de Coatepeque, a las afueras de San Salvador.
Y Bukele lo refrendó con un a serie de mensajes en X el mismo día: «Le hemos ofrecido a EE. UU. la oportunidad de externalizar partes de su sistema penitenciario… Estamos dispuestos a aceptar solo a criminales presos (incluidos ciudadanos estadounidenses convictos) en nuestra megaprisión (CECOT) a cambio de una tarifa«, matizó, refiriéndose a la prisión que inauguró hace dos años para presuntos miembros de la MS-13 y Barrio 18, las dos pandillas más poderosas de la región.
Bukele, de rodillas y cobrando, para mantenerse en la gracia de Trump. El presidente salvadoreño empieza así a sacarle el jugo a su programa insigne que ha producido resultados efectivos en los índices de reducción de violencia en El Salvador, aunque a costa e derechos humanos fundamentales pero le ha dado popularidad mundial y muy especialmente en la Casa Blanca.
Su mando dictatorial con la que no ha respetado procesos judiciales y llevado a muchos inocentes a la cárcel, detenidos como lo han denunciado organizaciones de derechos humanos en su país, lo ha vuelto blanco de críticas por organismos internacionales como Human Right Watch.
Como parte de esa estrategia de seguridad se han detenido más de 80 mil personas, el 1 % de la población, con la presunción de ser pandilleros. Las detenciones han sido masivas, no han faltado las torturas a detenidos, muertes bajo custodia y procesos penales abusivos.
Un oscuro secreto que ahora rinde beneficios
Lo que ocurre en las cárceles de El Salvador, que el presidente Nayib Bukele ha ofrecido a Donald Trump, es uno de los secretos que el oficialismo salvadoreño más ha intentado proteger.
Tras esos barrotes han muerto decenas de inocentes en los últimos años. Adentro de esas celdas, la tortura es sistemática. En esos recintos, el hacinamiento es tan grande como el hambre y tan intenso como las enfermedades. Y eso es lo poco que sabemos. Lo que ocurre en las cárceles de El Salvador, que el presidente Nayib Bukele ha ofrecido a Donald Trump, es uno de los secretos que el oficialismo salvadoreño más ha intentado proteger. Y eso es mucho decir, porque el bukelismo está construido sobre la base de secretos.
$20.000 por cabeza
Trump recurrió a una ley creada dos siglos atrás para periodos de guerra, la misma que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió para confinar a miles de ciudadanos de origen japonés que vivían en EE. UU.
Un acuerdo ganar ganar que celebraron ambos gobiernos establece que Washington pague 20.000 dólares por cada uno de los apresados, que entre los mas notorios están los presuntos miembros del Tren de Aragua, sin proceso ni judicialización.
En total, casi cinco millones de dólares que ayudarán a financiar el sistema penitenciario salvadoreño, una de las joyas de la corona de Bukele, el, por ahora, más popular presidente de las America Latina pese a sus polémicas constantes.
Las imágenes de los 238 venezolanos expulsados desde EE. UU. camino de la megacárcel salvadoreña del Centro de Reclusión para Terroristas (CECOT) han dado la vuelta al mundo, tan parecidas a las que las precedieron hace dos años con presos locales de la Mara Salvatruchas, que lanzaron al estrellato mediático mundial al presidente Nayib Bukele.
Esposados de manos y pies, llevados en cuclillas, casi arrastrados desde la escalerilla del avión que les condujo al país centroamericano tras el acuerdo con Trump. Bukele fue el único invitado de las Américas, junto al argentino Javier Milei, a la ceremonia de toma de posesión en Washington del 20 de enero.
Una alianza que ya da sus frutos, muy polémicos, como se pudo comprobar con el estremecedor ritual de afeitado de cabezas, incluso de barba, de los nuevos presos uniformados de blanco y amarillo, que siguió al aterrizaje del avión de los deportados, contra quienes los guardias encapuchados actuaron con extrema brusquedad.
Las imágenes de los 238 venezolanos expulsados desde EEUU camino de la megacárcel salvadoreña del Centro de Reclusión para Terroristas (CECOT) han dado la vuelta al mundo, tan parecidas a las que las precedieron hace dos años con presos locales de laMara Salvatruchas, que lanzaron al estrellato mediático mundial al presidente Nayib Bukele.
Esposados de manos y pies, llevados en cuclillas, casi arrastrados desde la escalerilla del avión que les condujo al país centroamericano tras el acuerdo entre Donald Trump y su aliado salvadoreño. Bukele fue el único invitado de las Américas, junto al argentino Javier Milei, a la ceremonia de toma de posesión en Washington del 20 de enero.
Una alianza recia que ya da sus frutos, muy polémicos, como se pudo comprobar con el estremecedor ritual de afeitado de cabezas, incluso de barba, de los nuevos presos uniformados de blanco y amarillo, que siguió al aterrizaje del avión de los deportados, contra quienes los guardias encapuchados actuaron con extrema brusquedad.
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Detalles de la ignominia
Los presidentes de Estados Unidos y El Salvador, Donald Trump y Nayib Bukele, se aliaron, como una tenaza autoritaria y desafiante a los jueces y los derechos humanos, para colocar en una temida cárcel antiterrorista salvadoreña a cientos de migrantes de Venezuela deportados desde territorio estadounidense.
Tres aviones partieron la noche del 15 al 16 de marzo del sur de Estados Unidos hacia el país centroamericano, llevando 261 prisioneros, de los cuales 238 venezolanos: 137 sindicados de pertenecer a la banda delictiva Tren de Aragua, y 101 señalados como migrantes irregulares, recientemente aprehendidos.
El resto eran integrantes de la pandilla salvadoreña Mara Salvatrucha, una de las organizaciones contra las cuales Bukele lanzó una guerra que incluyó la construcción de una megacárcel de máxima seguridad, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), capaz de albergar a más de 40 000 detenidos en duras condiciones.
Esas personas son llevadas a la cárcel de un país donde no cometieron delito, si es que lo hay, en una situación prácticamente de desaparición forzada, pues se les trasladó sin siquiera informar quienes son, y sin que se sepa ante cual juez y justicia quedan para que pueda presentarse un alegato en su defensa, son llevadas a la cárcel de un país donde no cometieron delito, si es que lo hay, en una situación prácticamente de desaparición forzada, pues se les trasladó sin siquiera informar quienes son, y sin que se sepa ante cual juez y justicia quedan para que pueda presentarse un alegato en su defensa”
La inédita operación hace trizas convenciones y prácticas sobre derechos humanos, exhibe sin rubor la dureza de las prioridades y métodos de la política de Washington en el hemisferio y, de paso, agudiza la confrontación que avanza aceleradamente entre los poderes Ejecutivo y Judicial dentro de Estados Unidos.
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