Érase una vez el fútbol

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5 de septiembre, 2014 - 2:31 pm
Redacción Diario Qué Pasa

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Foto: Agencias

En tiempos de fama y valores, las costumbres más que herencia son el resultado de transnacionales que regalan entretenimiento y venden necesidades. Es el fútbol una suerte de lámpara de Aladino, El Dorado o los tesoros del Rey Salomón.

Máquina de producción masiva, castradora de piernas, asesina las pasiones asfixiando al espectáculo por la sencilla razón de ganar, pasando siempre ―o casi siempre―, si respetar la magia del juego.

Los años han revelado una suerte adversa, todo signo de virtud es modelado en canteras―catacumbas malditas que estrangulan la libertad de jugar porque sí― donde se intercambia, a modo de maleficio, la gracia de la pelota por la desgracia de lo táctico, regate gambeta o finta por resultado, el fútbol moderno, hermano siamés del fútbol de barrio, de potrero, de favela, son separados por un muro verde, lánguido y corrupto: el dólar.

Fútbol, melancolía de un juego

La nostalgia aviva sus demonios. Desempolva la imagen del que juega, mima, acaricia, amasa, pisa, una vuelta y sigue; el cuerpo fantasea con la magia de los  pies y  sacude el sucio de los ojos. El hombre reducido a sombra, se entrega a la razón primaria del nuevo fútbol: entretener al patrono.

Se derrumban alegrías, dictan leyes represivas. El fútbol es torturado en el cuartel de los clubes, Ángel Cappa defiende que «en el fútbol actual, y también en Argentina, lo primero que le arrebatan al jugador es el placer de jugar» obligado a cumplir un libreto: ¡ganar, ganar, ganar!, como razón única.

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