Extrañamente no existe pleno consenso en aceptar la influencia que ejercen los medios de comunicación en la política. A pesar que estos no solo transmiten el mensaje sino que además preparan al receptor para interpretarlo y en qué hacer una vez ha sido recibido. El nacismo fue uno de los primeros en desarrollar este aparataje, así escribió Hitler en Mein Kampf (1926) que «… la propaganda opera sobre el público en general desde el punto de vista de una idea y los prepara para la victoria de esa idea»; de allí que una vez ascendido al poder en 1933 creara, el ministerio de ilustración pública y propaganda que dirigiera Joseph Goebbels para garantizar que el mensaje nazi fuese comunicado con éxito por medio de la radio, la prensa, los libros, la música, las artes, la educación, con el abominable saldo que para la humanidad significó la eficacia de aquella medida.
El imperialismo norteamericano aprendió la lección nazi, hizo suyo el fundamento y perfeccionó el sistema propagandístico. Así, tal y como lo hiciera Hitler con su propaganda antisemita que justificaría el holocausto, hoy en día el imperialismo ha puesto en marcha una nueva fase de propaganda contra los venezolanos bolivarianos chavistas, que se constituye como el gran enemigo a vencer, no solo en Venezuela sino en todos los pueblos de América Latina.
Lo que vive nuestro país a escala planetaria es una campaña comunicacional de guerra, que pese a la abismal desigualdad existente entre los medios del imperialismo con los mecanismos de comunicación popular de nuestro pueblo, no ha logrado su cometido en la tierra de Bolívar y Chávez. Por ello el oposicionismo cómplice y apátrida tiene una clara función que cumplir para sus amos del norte a través de las redes sociales, difundir una presentación sesgada y generalmente mentirosa de los hechos, utilizando vulgares montajes fotográficos, generando zozobra, destilando odio, para combatir la fuerza de las verdades e ideas bolivarianas frente a las cuales no tienen ni tendrán jamás argumentos.
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