¡Maestros, no se vayan!

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16 de febrero, 2018 - 10:09 am
Gastón Guisandes López / Editor

Venezuela está trastornada, perdió el norte, el aplomo, la seguridad y se siente asediada; está desencajada, descompuesta y perdimos la firmeza con que se deben conducir los asuntos del Estado y el gobierno del pueblo: Todos estamos confundidos, consternados y pocos saben hacia donde van y muchos no alcanzan a saber de dónde vienen.

El paso de los 26 años que corren de 1992 a la fecha, por momentos vividos con ese alborozo que produce la victoria que engendra la felicidad del espíritu y la seguridad del hacer, empezó a declinar y se fue sumergiendo en la incertidumbre, el desconcierto, la duda, el decaimiento espiritual y la pérdida de fe.

Las masas se van alineando en el terreno de la desesperanza; han perdido el rumbo y sufren los avatares, esos cambios en la fortuna que producen las vicisitudes y el pueblo siente los rigores de la pobreza viviendo en medio de las carencias de lo esencial: Comida, medicinas, seguridad social mediante el empleo, justa y sensatamente remunerado, amparo a la vida, confianza en la sabiduría de todos cuantos deben conducirlo hacia la felicidad, esa satisfacción, esa complacencia del espíritu y ese contento que tanto compensa los momentos de angustia que la vida depara y que no son pocos.

Veo con miedo, en medio de la mayor alarma, la fuga colectiva, esa dispersión de los venezolanos en una suerte de diáspora que nos va desparramando por el mundo porque nuestra tierra de origen, lugar seguro que antaño dio asilo a tantos, de tantas naciones, se hizo chiquita, estrecha, insuficiente, para albergar a todos aquellos que en nuestra Patria nacimos.

Dentro de ese desparrame del capital humano, que no sabemos si algún día volverá a integrarse a la unidad de nuestros valores, contamos a los maestros, los educadores, los formadores del saber, de ese conjunto de caracteres propios de la vida intelectual, moral y material de nuestro país.

Corresponde al Gobierno, por ser la educación un principio esencial del Estado, traer de nuevo a Venezuela a los maestros que se fueron, además de crear las condiciones para que cuantos quedan entre nosotros, no se vayan: La mera formación del estamento docente, enriquecido con los años de ejercicio de la profesión, configura un tesoro cuyo valor es incalculable y cuyo rescate bien merece todo el esfuerzo ―empezando por el económico― que fuere necesario hacer.

Tenemos que elevarles el salario básico hasta llevarlo a la cantidad mensual que deben ganar; pagarles un bono mensual por antigüedad ―según los años en el magisterio― para gratificarles su tiempo de servicio; se les debe pagar una compensación especial por un monto equivalente, al menos, a dos meses de salario, el Día del Maestro, además del pago anual que se les hace por concepto de utilidades; deben gozar de beneficios compensatorios por la cobertura de Hospitalización, Cirugía y Maternidad; que la jubilación se les otorgue a los 25 años de servicio y 55 años de edad y darles tiempo programado para cursos de especialización y actualización de los conocimientos que debe tener un docente.

Si no podemos impedir que tantos venezolanos de tan diferentes profesiones y oficios se vayan buscando un mundo mejor, al menos esforcémonos en mantener en nuestras escuelas, colegios y universidades, en el suelo patrio, a los maestros. No dejemos que la soledad se adueñe de los salones de clase; por el contrario, llenémoslos de sabiduría, haciendo protectores del saber a los maestros, porque ellos son los formadores del futuro de la Patria.

 

 

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