Alumna debió ser retirada de emergencia del Colegio Fátima por el alto riesgo que corría

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23 de noviembre, 2013 - 6:36 pm
Redacción Diario Qué Pasa

Todo tiene un límite, y el de Carla Elena Gómez Alvarado, quien fue víctima de abusos, malos tratos, humillaciones y vejaciones durante los cuatro años que estudió en la Unidad Educativa Colegio Nuestra Señora de Fátima de parte de los directivos y sus maestros, además de sus compañeros de estudio, estalló el 2 de abril de 2009. Ese día fue objeto de un castigo sin ningún tipo de asidero pedagógico, más bien fue inhumano, deleznable… cruel.

En esta entrega que hacemos sobre el caso, se describe lo que en las dos notas anteriores se presentó como una conducta continuada de los directivos y maestros en contra de una brillante alumna, se transformó en el desprecio de parte de los alumnos, inducidos por los docentes.

Relata Carla que ya en primer año de diversificado «todo el respeto hacia mí se había perdido. 15 alumnos me agredieron en el suelo, me golpearon con puños y con los pies, eso lo grabó en video una representante para luego burlarse, porque mientras me agredían ella gritaba «¡sí, denle duro a esa maldita!». Ese video lo subieron a internet. En esa oportunidad me agredieron porque había un examen de matemáticas y a pesar de que los muchachos se jubilaron de la clase para no presentar, yo sí lo presenté. El profesor Héctor Uzcátegui como medida de presión porque ellos se jubilaron, les dijo que todos tenían 01 gracias a mí y que no repetiría el examen. Él se fue del salón y los muchachos me halaron por el pelo, me lanzaron al suelo y comenzaron a patearme. Yo me tapaba la nariz para que no me dieran, nadie intervino, ni la representante que me grababa ni la directora Dhámiles Pineda, quien presenció todo. Llamé a mis padres. Cuando llegaron la directora reaccionó, pero alegó que no puede sancionar a los alumnos con el mismo cuento de que ellos tenían sus derechos por ser hijos de gente adinerada».

«Mi padre decide emitirle al colegio una comunicación, donde les advertía que a partir de ese momento yo asistiría a clases portando un adminículo electrónico que registraría todo lo que me ocurría. Lo llamaron loco, pero firmaron como recibida la carta y yo comencé a ir a clases con un dispositivo que grababa en audio todo lo que me ocurría. Ese mismo día, luego que mis padres se retiran subo al salón y no me dejan entrar a la clase, solo se oyen gritos (de los alumnos) en mi contra ‹¡muérete, maldita!›, y no me dejaron entrar al salón. El docente estaba allí, dando la clase, el profesor de matemáticas, y no hizo nada».

«Volví a la dirección, donde me hicieron firmar un acta que firmó toda la directiva del plantel. Allí se expresa que por ser caraqueña, porque no les gusta mi peinado, como uso esos zapatos trenzados y soy fea causo un problema de atención en el resto de los alumnos y como consecuencia no podía entrar al salón de clases, y no me dejaron volver a entrar nunca más a las clases de química. Yo lo que hacía era entregar trabajos escritos».

«Mi familia decide actuar y vamos al Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Maracaibo. En el Consejo de Protección me engañaron, me dijeron que ellos podían sancionar al colegio, que lo dijera todo, que me iban a proteger y que no habría retaliaciones en mi contra. Lo dije todo, lo que me pasaba con los profesores, con los directivos. El consejo solo pidió que se hiciera una reunión a la que se invitó a los alumnos, a una especie de terapia. Y no se hizo nada, ni el consejo ni la directiva. Pasé a segundo año de diversificado con 19 puntos».

El punto de quiebre

Pero hubo un castigo, insólito desde todo punto de vista, que fue la gota que derramó el vaso y finalmente Carla debió salir del colegio, de forma intempestiva por intervención del Municipio Escolar Maracaibo Nº 1.

«Teníamos tres meses sin profesor de inglés. Me senté en el rincón para protegerme con las paredes, para proteger mis cosas con una columna, nadie tenía que acercarse porque estaba en el extremo más alejado del salón, además desde allí lo podía ver todo. Ya yo había sucumbido a una especie de paranoia. Ese día, el 2 de abril de 2009, cada quien usaba su propio dispositivo electrónico, BlackBerry, PSP, entre otros. Yo estaba escuchando música con mi teléfono. Ya yo tenía el caso en el Consejo de Protección. Entró al salón la profesora Gloria Barboza de Tucker y dijo: ‹¡Ah! Tú nos llevaste a la Lopna, nosotros te vamos a llevar a la Lopna›. Comienza a gritarme y le comenta a mis compañeros que yo los tenía a ellos denunciados en la Lopna, que yo quería acabar con el colegio. Me toma a la fuerza gritando y me exige que le entregue el celular, obviando que todos en el salón estaban haciendo uso de sus equipos. Solo se fue en mi contra sin explicarme nada. Me lleva a la dirección y allí me niego a entregar el teléfono, alegando que la actitud de la profesora Gloria era una retaliación».

«Tenían por norma que cuando llamaba a mis padres, pretendían que yo leyera lo que ellos querían que yo les dijera. Como me negaba y les decía a mis padres lo que realmente me estaba pasando, entonces hubo cada vez más ensañamiento. (Los directivos) decían que mis padres eran alcahuetas, los insultaban, decían que mi madre era una negra mohína. La orientadora Dalia Zambrano me enseñó una cantidad increíble de adjetivos calificativos contra mi madre».

Ese día, como sabían que no iba a hacer lo del papelito, no llamaron a mis padres y la directora Dhámiles Pineda me puso a llevar sol, parada en el patio, sin comida, sin agua. Entonces, como tortura, ella pasaba comiendo, tomando refrescos. Estuve varias horas, entre los períodos de clases y los recesos, los alumnos salían de los salones y me veían ahí parada, castigada, y se reían de mí. Ese día llegaron unas supervisoras del Ministerio de Educación y yo hablé con ellas, cuando me vieron que estaba parada en medio patio llevando sol. Les narro a las supervisoras lo que me pasa, les cuento todo, que no se quieren comunicar con mi padres, que me ayuden, que me saquen de ahí. Las supervisoras, escandalizadas, hablaron con la directora, la subdirectora y la coordinadora. Es cuando me permiten que me siente, pero en el mismo sitio, llevando sol. Se comprometen a que sí, que llamarían a mis padres y las supervisoras se van, tras decirme que iban a tomar medidas y recomendándome que fuera a denunciar (en la Zona Educativa). Me llaman a la dirección donde me regañan, que no debí haber dicho nada, que ahora va a ser peor, que ahora me quedaría hasta las 7:00 de la noche, que no iban a llamar a mis padres y me hicieron que me volviera a parar en el sol, sin agua, sin baño, sin nada».

«Llegó la hora de la salida y yo me monté en el transporte, a la 1:30 de la tarde. Ya estaba sentada en el carro, del lado afuera del colegio. Allí me fueron a buscar la coordinadora y la subdirectora y me jalaron, me bajaron a la fuerza del carro, me clavaron las uñas, me empujaron; me exigieron que me callara, que no hiciera escenas. Eso pasó delante de una gran cantidad de representantes que a esa hora estaban buscando a sus hijos, y me llevaron casi a rastras otra vez a llevar sol. Que el castigo era hasta las 7:00 de la noche».

Una vida puesta en riesgo

«Mi madre ya estaba preocupada, no se podía comunicar conmigo a mi teléfono. Ella llamó al colegio y fue cuando la directora le dijo que estaba castigada, que me iban a suspender. Pude hablar con ella y le conté todo como había ocurrido. Mi madre le dijo a la directora que aceptaría la suspensión y les exige que me lleven a mi casa de inmediato. Ignoraron la exigencia de mi madre, ni siquiera me pagaron un taxi y apenas colgaron la llamada me volvieron a obligar a estar parada en medio del patio hasta las 5:30 de la tarde, cuando finalmente me dijeron ‹vete, ya te puedes ir›. Yo les pedí que por favor me mandaran en un taxi, que había perdido mi transporte. Me ignoraron y me abrieron la puerta para darme a entender que debía irme por mis medios, a pie. Esa tarde caminé como 10 kilómetros desde el colegio, en la avenida Fuerzas Armadas, hasta mi casa ubicada en unas villas del sector Los Pescadores. Llegué ya de noche».

«A raíz de ese episodio no volví más al colegio, y fue el mismo Ministerio de Educación a través del Municipio Escolar Maracaibo 1º, me retiró del plantel de emergencia y me consiguieron un cupo en otro colegio, en el Miguel Servet, donde estudié un mes, una semana y un día para recibir mi título de bachiller».

Lea el lunes cómo Carla Gómez y sus padres debieron llevar el caso al Ministerio Público, ante la inacción del Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Maracaibo y de la Zona Educativa Zulia, el proceso judicial en contra de los alumnos que la matonearon, el juicio de control contra los directivos y docentes que le dieron trato cruel y la sanción judicial absurda que recibieron todos.

«Luego que me golpearon entre 15 alumnos, fui a la dirección donde me hicieron firmar un acta que suscribió toda la directiva del plantel. Allí se expresa que por ser caraqueña, porque no les gustaba mi peinado, como usaba zapatos trenzados y soy fea causaba un problema de atención en el resto de los alumnos y como consecuencia no podía volver a entrar al salón de clases».

Carla Elena Gómez Alvarado, víctima.

 

 

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En esta secuencia de imágenes se aprecia cómo en octavo grado, el primer año que estudió allí, Carla recibió las firmas de todos sus amigos de clase como muestra de cariño. En la segunda foto, tomada al final del noveno grado y cuando ya se habían generado varios episodios, solo un amiguito firmó la foto. La tercera foto es del primer año de diversificado, nadie la firmó porque los docentes se encargaron de que sus compañeros la despreciaran.

Fotos: Cortesía Familia Gómez Alvarado

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