Nuestra seguridad alimentaria

20 de abril, 2015 - 4:46 pm
Redacción Diario Qué Pasa

Los problemas que enfrentamos día a día relacionados con nuestra alimentación son múltiples y los intentos individuales y de grupos de poder en la desestabilización política del sistema de gobierno son constantes. Mientras sectores de opinión y especialistas apuntan en la dirección de establecer responsabilidades directas del Gobierno nacional por la implementación de medidas equivocadas, otros creemos que el problema es de una magnitud mayor que sobrepasa nuestras fronteras.

La producción mundial de alimentos durante los últimos años solo ha aumentado en forma marginal, siendo esta inferior al nivel que se considera necesario. En este marco mundial, la situación de América Latina en su conjunto es inquietante. En términos globales, la región ha disminuido su autosuficiencia en materia de producción de alimentos y productos agrícolas, al mismo tiempo que persiste y se agudiza el pertinaz problema de la subnutrición en grandes sectores de la población latinoamericana.

Dejar de observar que el problema de la producción de alimentos en el mundo y más aún en América Latina está influenciado por el efecto de las tensiones financieras globalizadoras, a mi juicio en un error en el análisis. Los flujos de capitales, precios de los activos, tasas de interés e indicadores de tensiones financieras se han movido, fundamentalmente, al ritmo de las perspectivas sobre las subidas de tipos en Estados Unidos y, en el caso de las economías emergentes, de acuerdo con las expectativas sobre la intensidad de la desaceleración en China y con factores idiosincráticos.

Nuestra región entró hace tres quinquenios en la espiral de la globalización absorbiendo los efectos positivos y negativos del fenómeno. China se erigió por sobre el resto de las economías con una senda de crecimiento que se mantuvo en la punta a inicios del presente siglo y condujo indefectiblemente un cambio en la producción de nuestras economías emergentes para proveer de materia prima al gigante asiático constituyéndose en el aliado indiscutible de Asia. Sin embargo, al desacelerar la rata de su crecimiento, nuestras economías y modos de producción reciben el impacto contundente de esa realidad y nos obliga a retomar las tareas pendientes en materia alimentaria dejadas a un lado por perseguir las metas macroeconómicas en el orden financiero en la competencia inverosímil de la carrera por superar el subdesarrollo.

En nuestro país, de los 30 millones de hectáreas cultivables, solo empleamos el 20%, y eso es una situación que hay que revertir en el inmediato plazo. El reto es crear las condiciones necesarias para ampliar el área cultivable, mejorar los rendimientos, reducir relativa y paulatinamente las importaciones agrícolas y realizar los cambios de política necesarios para aumentar la producción y crear, a niveles nacionales y regionales, existencias alimentarias de seguridad.

A estas medidas debemos sumar el doble desafío de combatir las viejas creencias que nos empujan a sobre-alimentarnos y las nuevas tendencias que nos presionan para consumir alimentos elaborados (ricos en grasas y azucares; pobres en minerales y vitaminas) en detrimento de aquellos de origen natural.

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